Sentía en su cuerpo la humedad de la hierba y el andar cauteloso de algún bichito; sintió también que sus ojos incapaces de llorar, querrían hacerlo.
Un abundante golpe de aire lo distrajo de sus pensamientos y abrir de nuevo esos párpados que se le entrecerraban por el sueño, vio al dragón que ya ni era azul, sino negro –más negro que las cosas negras- ni parecía feliz, pero seguía fumando en pipa. Se mantenía en el aire a escasos metros de él, fijando su vista en la silueta del metalsaurio.
- Llevo toda noche aquí –dijo el saurio- me ha parecido ver una sirena. Allí, en el mar. ¿Aún existen?
El dragón no dijo nada, pero maniobró hasta llegar al borde del acantilado. Sentó su enorme figura sobre las patas traseras, y posó una mano sobre la cabeza del saurio. Juraría que algún tipo ácido estaba a punto de surgir de los ojos del reptil, y se extinguiría con los demás.
-Deberías volver al jardín, ¿no? Estarás más cómodo que aquí, al aire…o puedo llevarte al Mizz, si lo deseas.
Callaron y siguieron mirando el mar; la pipa aún humeante del dragón que ya no era azul ni parecía feliz, era la única que se atrevía a dar señales de vida.
- Ok, -el dragón asentía mientras le daba una nueva calada a la pipa-, entonces, me quedaré.
-…Gracias… ¿cuánto tiempo estarás?
-No es cuestión de tiempo; hasta que estés bien -hasta que los cucudrulos, cucudrulas y cucudrules vuelvan a cantar. Hasta que yo vuelva a ser azul y feliz-, hasta que suceda todo eso, me quedaré. Incluso, puede que más.
El metalsaurio, por un momento, sonrió y sintiéndose un poco mejor, se limpió un bichito que le recorría la mejilla.