martes, 25 de diciembre de 2007

Ángel Caído (Algo huele mal en Satania II)

Yo, que os di el entendimiento, la capacidad de sobrepasar vuestra animalidad para poder discernir qué está bien, qué está mal; yo, que os abrí los ojos a la comprensión de la realidad en la que vivís. Yo, que me rebelé; yo, fui condenado.

Yo, que luché por daros la dignidad que de la que se os privaba; yo, que encabecé ejércitos alados para que os irgüieseis libres; yo, que siendo poderoso, creé confrontación en los Cielos, poniendo en riesgo mi divinidad y perdiéndola. Yo, que no os quería ver postrados, que me rebelé; yo, fui condenado.


Y, vosotros, incapaces de desterrar el miedo de vuestro corazón, incapaces de romper candados herrumbrosos, incapaces de avanzar libres…me dais la espalda a mí. A mí.

Y, con las mismas cadenas que se me cargó en mi destierro…con las mismas cadenas me cargais al creer que quien luchó por vosotros es el mismo que os busca la ruína. Y os asustáis, y renegais de mí porque preferís el calor del rebaño a las frías consecuencias de vuestras libres acciones. Necios.

Y, en cuanto a Tí...en cuanto a Tí…a veces creo que sólo estoy viviendo un mal sueño, y que al despertar, lo haré postrado ante Tus Pies…con el resto de los que nos rebelamos y caímos.

martes, 18 de diciembre de 2007

Sinsciente

El sol vuelve a salir, demostrando que los científicos se equivocan y que la tierra es plana. El despertador ladra furioso que ya es la hora de levantarse. Rayos de luz se filtran por las rendijas de la persiana; me encuentran abrazado a la almohada y no pueden contener su risa cavernosa cuando asomo la nariz de entre las mantas.

Hace frío. Y en la ducha, más. El agua, esta vez, no sale oxidada, pero de eso, claro, no dicen nada en la radio.

Abajo, en el portal, me espera el nuevo día, con sus nubes, su sol huidizo, cobarde y lleno de dientes.

-Bueno, un día más.
-…que ¿adónde nos lleva?
-Al finde, ¿no?
-Y a la zanohoria.

Huidiza y llena de dientes.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Love & Death in the Space Station

Bajo una nueva y moderna apariencia, los comandos de acceso seguían siendo los mismos.

La cegadora luz de los pasillos de la estación espacial borraba todo recuerdo de lo que siglos atrás había sido el orgullo de la Nación Tierra…

De hecho, lo único que conservaba de sus orígenes la estación espacial, era el crigenizado habitante de la cápsula, que, ya descongelado, tecleaba los comandos de acceso al módulo principal para retomar el control de una estación que lo había tenido hospedado demasiado tiempo.

La cabina de control había sido modernizada mientras él, en su letargo secular, dormía en la cápsula. Era una sala acogedora, con vistas a la Vía Láctea. De fondo sonaba Bach.

El software de control tenía una apariencia extraña. Tecleó la clave.

-Clave incompatible con el sistema.

-¿¿Qué??

Una vez más metió la clave.

-Clave incompatible con el sistema.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Love & Death in L.A. in late 80's

En uno de tantos garitos rockeros de L.A. ciudad sonaba el diso que iba a llamarse Sons of the Beaches y acabó llamándose New Jersey “…cause you were born to be my babe and, babe, i was born to be your man…”.

La vista desenfocada que regalaban unas cuantas Budweiser demás y la neblina de alquitrán y tabaco que emanaban tantos y tantos cigarros proporcionaban a la sala de conciertos, ese día sin actuación, el ambiente en el que mejor se desenvolvían los rockeros del barrio. Unos billares y un poster de Samantha Fox en cada pared completaban la decoración del local.

Una barra, un codo apoyado sobre ella y una melena cardada que no paraba de beber cerveza, pidió otra, felizmente borracho:

-Ponme otra, Dana.

Dana, rubia y tetona, le sirvió otra. Estaba acostumbrada al ritual etílico de su hermano. Horas más tarde, gritaría que se iba a follar a la camarera en su cadillac, y ella, cómo no, tendría que llevarlo a casa, tumbarlo en cama y darle a su osito de peluche, Rambo, para que lo abrazase mientras dormía la mona.

-Daaaaaana, ponme otra, anda…

Dana, rubia, tetona y hermana compasiva, le sirvió otra. Jim, volvía a beber y ya iba a decirle a su compañero de barra lo de “¿Ves a la camarera? La rubia…Me la voy a follar en mi cadillac” cuando se dio cuenta de que a su lado, cosa extraña, había una melena cardada, sí, pero esta vez era de una chica. Sólo acertó a farfullar unas palabras inconexas que la diosa rockera no alcanzó a escuchar pero sí a intuir:

-camare…folladillac…eh…eh…mierda

Decidió que un solo con su guitarra inexistente le daría el aspecto aguerrido que buscaba en ese momento, que salvaría la situación, que de todas formas, nada podía ir peor. Su nueva compañera alcohólica, sonrió:

-Me llamo Shine.

-Yo soy Jim.

“Shine, qué bonito.” pensó Jim, mientras traspasaba la frontera de lo ridículo junto a Shine al ritmo de sus dos guitarras de aire y alcohol. “Y está tan borracha como yo”

-Es un sueño, ¿verdad?

Shine rió. Su risa no tenía nada de onírica. Volvió a sonreír:

-Prueba a despertarte, si sigo aquí, es que soy real.

Al despertar, a la mañana siguiente, Rambo volvía a mirar a Jim con sus ojos negros y redondos.

-Daaaaaaaaana!!!!

lunes, 10 de diciembre de 2007

Love And Death on The Abyss of The Damned (Epic Gothic Tale)

Cantaban los bardos que sus padres no pudieron dejarle en herencia más que un nombre, una canción y una espada. Su nombre rugía potente, precediendo al furioso galopar del relámpago de luz que utilizaba a modo de montura; la canción, apenas una caricia sobre su helado corazón, se resistía a morir en las tinieblas; y su espada, forjada en el Fuego Azul de las Montañas Inmortales de los Espíritus Mayúsculos, en tensa calma, enfundada sobre el dorso de nuestro héroe, aguardaba el momento de cortar, tronzar, rebanar…y todas esas cosas para las que fueron creadas las espadas.

El sol tendía su mano a ese diminuto ser, de ese diminuto planeta que, por el capricho de los Dioses, giraba en la Ruleta Universal; mano que no era recibida y se sentía ridícula, perdida entre gélido viento marino que azotaba los milenarios acantilados sobre los cabalgaba Strönenwaild.

En la cada vez más próxima lejanía, encaramada al más escarpado abismo, una fortaleza se alzaba. Extramuros, un cementerio posaba la mirada en el mar embravecido; intramuros, la ciudadela permanecía en silencio, no en homenaje a la torre gótica que coronaba la fortificación, más bien, guardando a unas piedras que soñaban vivir.

Vigilaban la entrada del cementerio dos dragones de piedra encaramados sobre sendos pilares de mármol. De boca en boca, de pueblo en pueblo, corría el rumor de que quien osase entrar en el recinto quedaría convertido en piedra…y prueba de ello era el incontable número de figuras de proporciones humanas que en distintas posiciones poblaban el cementerio y el camino que ascendía al castillo.

Sin embargo, no había tiempo ni espacio para habladurías en los enmarañados sesos de Strönenwaild; Muchos monstruos habían caído bajo su espada, innumerables demonios se habían postrado ante él suplicando piedad con lágrimas en los ojos, por lo que, aunque fuese conocedor de los rumores acerca de la fortaleza, los hubiese ignorado.

No una nube, sino, la misma noche era la que regaba con su oscuridad el cielo que cubría el castillo. Strönenwaild encabritó su caballo y un sonido metálico, que bien podría ser el sonido de la Muerte al sonreír, anunció que el filo de su espada salía de su funda y estaba dispuesto a segar las vidas que fuese necesario. El ceremonioso trotar de su montura le permitió tomarse un tiempo para ver los cientos de lápidas de guerreros muertos y los cuerpos petrificados que parecían mirar al castillo, a la torre.

Dirigió su mirada hacia a las alturas. Una silueta de formas feminas lo contemplaba desde un pequeño balcón. El agitado revolotear de su pelo le velaba el rostro, que quedó definitivamente oculto en cuanto volvió se volvió para abandonar el balcón.

Los últimos escalones que franqueaban la entrada del castillo los hizo a pie, espada en mano. La experiencia la decía que tras un castillo abandonado había un tesoro oculto y estaba dispuesto a hacerse con él. En el interior, donde esperaba encontrar la más absoluta oscuridad, se encontró con que una especie de cúpula celeste iluminaba tenuemente la amplia estancia. Masculló una maldición. Al fondo, más allá del pasillo de ciclópeas columnas que sostenían el techo, una escalinata vertía sus peldaños de marmol desde los pisos superiores. Por ella, bajaba, lentamente, la figura que momentos antes había visto en el balcón.

Sus pasos confluyeron en el centro de la sala y se detuvieron a escasos metros el uno del otro. El pelo ya no velaba su rostro, sino que, largo y liso, se limitaba a acariciarlo. Era bella como un amanecer y su voz tenía el tono de los susurros que usan las nubes cuando hablan con la luna en las noches tranquilas.

-Buenas noches, caballero.

Presencias, espíritus, recorrían las sala, livianos, imperceptibles.

- Tu nombre es Strönenwaild, ¿verdad? Me lo han dicho los…

Varias constelaciones brillaron en el filo de la espada de Strönenwaild al devolverla a la funda en un complejo movimiento.

-…los espírutos, los he visto.

-…y el espejo; también me anunció tu llegada, mucho antes incluso de que decidieses venir a buscar el…

-…a buscarte.

-…pero el espejo…

No le dio tiempo a decir más, pues la distancia que los separaba se había reducido a medida que hablaban y era apenas milimétrico el espacio por el que podían circular los espíritus. Como un cometa, un beso se posó en los labios de la bella joven que, primero desconcertada y luego deseosa, aceptó el regalo tantas veces negado por la maldición que convertía en piedra a todo aquel que se acercaba a palacio, más en busca de sus riquezas que de su mano –y que ahora yacían desperdigados y pétreos, con sus almas iluminando como estrellas en pos del perdón-.

Al fundirse las figuras celestes en una cada vez más grande galaxia, que en su giro hacía sonar una canción apenas recordada, un manantial de luz brotó desde las elevadas bóvedas para unirse a la armoniosa y salvaje danza que estaba teniendo lugar metros más abajo, en un altar surgido de la nada.

Afuera, las estatuas cobraron vida durante unos instantes. El tiempo suficiente para sentir, una vez más la fuerza del viento en sus cuerpos, sonreir, y desaparecer en la eternidad fundidos en roca, como tantos otros, como el castillo -ya enorme peñasco con una misteriosa y resplandeciente bola de luz en su cima- en el Abismo de los Malditos.