jueves, 27 de agosto de 2009

Círculos de Plomo (1ª Parte)

Sara tiene un hermano, y Aarón, veintitrés cromosomas. Ni Sara sabe que Aarón es su hermano ni Aarón sabe qué es un cromosoma, pero sabe que a pesar de encontrarse bien, está enfermo –al menos, eso dice todo el mundo- y tiene algo llamado “down”; tampoco sabe que Sara es su hermana. En realidad, nadie, salvo un médico ya jubilado, lo sabe, y prefirió no dejar constancia de su estrambótico descubrimiento –un nuevo tipo sanguíneo detectado en dos huérfanos de la Casa de Acogida- para no complicarse los últimos años de ejercicio profesional.


Sara tiene 27 años, como su hermano, y enfundada en una sonrisa de pvc trabaja de camarera -de ocho a seis, de lunes a sábado- en una cafetería para pagarse el alquiler de un pequeño piso con vistas al polígono industrial. Enfrente, una puerta guarda un apartamento lo suficientemente pequeño como para que Aarón pueda pagar su alquiler y todavía le sobre algo para costearse la comida, la de la gata y alguna que otra chocolatina de vez en cuando.


A Aarón lo visita semanalmente un asistente social para entrevistarse con él y ver qué tal se desenvuelve en sociedad. Todo va bien: come, se viste y vive con tranquilidad. También se masturba con tranquilidad, a pesar de las advertencias del asistente social, cuando Sara, al otro lado de la pared gime mientras copula con algún ligue; Sara no lo sabe, pero lo intuye en la mirada excesivamente alegre de Aarón a la mañana siguiente, y sobre todo, porque cuando la abraza la toca más de lo habitual.


Seguramente, esta costumbre le traerá problemas a Aarón. Seguramente, a Sara también.


jueves, 13 de agosto de 2009

Al otro lado

De norte a sur y, con los brazos abiertos, de este a oeste, Rubén medía setenta centímetros, lo normal para quien todavía puede contar sus años con los dedos de sus manos, demasiado poco para alguien cuyo ego se elevaba como un zeppelín relleno de pelo rubio, ojos azules y helio.

No tenía miedo, eso repetía constantemente cuando se planteaban retos absurdos que nadie, por sensatez o temor, se atrevía a acometer. Esa fue la razón por la que, el día en que el psicólogo del colegio decidió jugar a ser investigador y estudiar las reacciones humanas a las sombras, se ofreció el primero de su clase.

-No tengo miedo.

Razones no tenía para temer a la oscuridad: se acostaba tan tarde como le dejaban -no más allá de las diez- y dormía con la luz apagada; ni el monstruo del armario ni el que duerme bajo la alfombra habían osado atacarle, razón más que suficiente para demostrar que los tenía acongojados; al menos, era ésto lo que le explicaba al psicólogo poco antes de ser encerrado en una iluminada habitación blanca a solas con su sombra.

Tampoco su sombra sentía miedo de él. Lo acompañaba allá adonde fuese, lo vigilaba en la noche e incluso antes de llegar a existir de verdad, antes de haber nacido, ya estaba junto a él y, en ningún momento sintió peligro. Ahora que estaban a solas, tampoco, y, sin embargo, el que parecía algo nervioso era Rubén, que inclinaba su cabeza para mirarla mientras pisaba el suelo con fuerza y le decía:

-No me asustas, no tengo miedo.

Miró a su alrededor y, repetidamente al techo, para asegurarse que la luz seguía en lo alto, protegiéndolo. Se acercó a una de las cuatro paredes hasta quedar a escasos centímetros del muro. Golpeó con los nudillos levemente en la pared, y, a cada golpecito la sombra correspondía desde el otro lado...así durante los dos primeros toquecitos; al tercero, la sombra, lo engulló.


lunes, 3 de agosto de 2009

Ordenador con gripe

Pues eso...cuando se le pase, ya nos veremos. A medio hacer queda el cambio de plantilla. En fin, esperemos que la semana que viene se le haya pasado, y vuelva a la temperatura normal. Os dejo en compañía de Dragonforce, que me imagino, os entretendrán un rato -al menos no veréis a muchos grupos tocando tan rápido-.

Hale, portaos bien en mi ausencia.