Sara tiene un hermano, y Aarón, veintitrés cromosomas. Ni Sara sabe que Aarón es su hermano ni Aarón sabe qué es un cromosoma, pero sabe que a pesar de encontrarse bien, está enfermo –al menos, eso dice todo el mundo- y tiene algo llamado “down”; tampoco sabe que Sara es su hermana. En realidad, nadie, salvo un médico ya jubilado, lo sabe, y prefirió no dejar constancia de su estrambótico descubrimiento –un nuevo tipo sanguíneo detectado en dos huérfanos de la Casa de Acogida- para no complicarse los últimos años de ejercicio profesional.
Sara tiene 27 años, como su hermano, y enfundada en una sonrisa de pvc trabaja de camarera -de ocho a seis, de lunes a sábado- en una cafetería para pagarse el alquiler de un pequeño piso con vistas al polígono industrial. Enfrente, una puerta guarda un apartamento lo suficientemente pequeño como para que Aarón pueda pagar su alquiler y todavía le sobre algo para costearse la comida, la de la gata y alguna que otra chocolatina de vez en cuando.
A Aarón lo visita semanalmente un asistente social para entrevistarse con él y ver qué tal se desenvuelve en sociedad. Todo va bien: come, se viste y vive con tranquilidad. También se masturba con tranquilidad, a pesar de las advertencias del asistente social, cuando Sara, al otro lado de la pared gime mientras copula con algún ligue; Sara no lo sabe, pero lo intuye en la mirada excesivamente alegre de Aarón a la mañana siguiente, y sobre todo, porque cuando la abraza la toca más de lo habitual.
Seguramente, esta costumbre le traerá problemas a Aarón. Seguramente, a Sara también.
Sara tiene 27 años, como su hermano, y enfundada en una sonrisa de pvc trabaja de camarera -de ocho a seis, de lunes a sábado- en una cafetería para pagarse el alquiler de un pequeño piso con vistas al polígono industrial. Enfrente, una puerta guarda un apartamento lo suficientemente pequeño como para que Aarón pueda pagar su alquiler y todavía le sobre algo para costearse la comida, la de la gata y alguna que otra chocolatina de vez en cuando.
A Aarón lo visita semanalmente un asistente social para entrevistarse con él y ver qué tal se desenvuelve en sociedad. Todo va bien: come, se viste y vive con tranquilidad. También se masturba con tranquilidad, a pesar de las advertencias del asistente social, cuando Sara, al otro lado de la pared gime mientras copula con algún ligue; Sara no lo sabe, pero lo intuye en la mirada excesivamente alegre de Aarón a la mañana siguiente, y sobre todo, porque cuando la abraza la toca más de lo habitual.
Seguramente, esta costumbre le traerá problemas a Aarón. Seguramente, a Sara también.