domingo, 14 de marzo de 2010

Miguel Delibes - 377A, Madera de Héroe

Esta semana ha muerto Miguel Delibes con unos cuantos añitos a sus espaldas (1920 - 2010) y unas cuantas obras inmortales de su autoría, de las que sólo he leído dos: EL CAMINO (en el colegio y aunque obligado, me había gustado) y 377A, MADERA DE HÉROE, libro que leí el año pasado, recomendado por mi padre.

De 377A, MADERA DE HÉROE y Delibes me atrajeron su historia y su forma de narrar.


No es difícil dar con joyas como ésta si se sigue el principio simple pero efectivo que una vez me dieron: “leo a los clásicos y a autores consagrados para asegurar que el libro está bien”. La historia es la de un niño que nace en Madrid en los años previos a la Guerra Civil en el seno de una familia cuya rama materna es de derechas y cuya rama paterna, de izquierdas -peligrosa confrontación en aquella época- y que, influido por el entorno familiar, se ve a llamado a ser un héroe desde su infancia, lo que lo lleva a alistarse en la Marina cuando la guerra está en ciernes, hacer el período de instrucción en Ferrol y finalmente embarcarse en un buque militar. Y todo en pos de un heroísmo, que identifica con la con la vida castrense ligada al alzamiento de los militares de Franco y compañía.

Es curiosa, la visión de un narrador –nunca confundamos la opinión del autor con la del narrador- y protagonista, de derechas, en un tema que suele ser tratado –al menos, en la literatura que ha caído en mis manos- con una visión de izquierdas, es decir, desde el otro bando. Curiosa también la evolución del pensamiento de Gervasio, el protagonista.

En cuanto a la narración, impecable. Tranquila y muy bien llevada. Sé que no es una explicación muy pormenorizada, pero no sólo hace meses que lo leí, sino que recuerdo más las sensaciones que las formas.

¡Hasta siempre, Miguel!

viernes, 12 de marzo de 2010

Los niños del cable

A la espera de que en los próximos días suba el próximo relato dejo un vídeo bastante impresionante de unos niños colombianos que afirman no estar dispuestos a practicar deportes de riesgo...


martes, 2 de marzo de 2010

Inspector Z (03): Un final feliz



Una ciudad cuyos últimos gritos morían en la lejanía se reflejaba tras mi silueta post-mortem en los cristales de una rica mansión del barrio residencial. Tras la ventana, quieta, muy quieta, una figura pálida, desgreñada, miraba al exterior y daba con mi rostro y con el de una multitud bípeda y humanidad pretérita.

Con el paso de las horas, las columnas de humo cercenaron el testimonio de las estrellas que trataban de atisbar lo que sucedía a sus pies y cuyo única posibilidad era hablar de oídas. “Ni uno vivo al amanecer”. Todavía resuena en mi memoria. Lo gritaban los megáfonos de la policía mientras el chaparrón de plomo llovía sobre nosotros. “Ni uno vivo al amanecer”. Todavía no ha amanecido y dudo que lo haga –demasiado humo-. Al anochecer ya estábamos muertos, ahora, ellos también, y nos acompañan en un bonito y armado velatorio zombie.

De su vida no quedaba más que el tiempo que me costase alcanzarlo y, sin embargo, aunque desvalido, no parecía amedrentado. Varios de los nuestros ya habían avanzado hasta la puerta y con un ariete policial y babas en la boca golpeaban sin cesar. Lo vi retroceder unos metros y recoger de una pared, de lo que parecía un viejo escudo familiar, una corona.

La colocó en su cabeza segundos antes de que entrásemos en tromba y, en el mismo momento en que nos miró hastiado, chasqueó los dedos y desapareció convertido en un aleteador murciélago que enseguida se zafó de la corona.

-¡Fuego al bicho! ¡Fuego! Que arda el vampiro. Esto no es Gotham City.

Los lanzallamas eran nuestros, pero ya no éramos nosotros los que apestábamos a cerdo quemado. Afuera, el humo todavía manaba hacia arriba.

La ciudad era nuestra.

Un final feliz.