martes, 5 de octubre de 2010

Expedición

Los pájaros fueron los primeros en avistar el zeppelin de Von Diesel III, Barón de Croquetonia, en su vuelo por el cañón del Sinbossi. Se acercaban en bandadas, graznaban algunos, cantaban otros y todos miraban con curiosidad animal al barón y a sus nueve acompañantes. En el fondo, muy en el fondo, era la misma curiosidad de la que se habían teñido los ojos de los cientos de aplaudidores que se habían acercado, años atrás, para despedir y desear suerte al ingenio volador en la villa natal de los Von Diesel.

Y suerte, efectivamente, era lo que necesitaban para cumplir con la obligación de todo barón de Croquetonia: descubrir, al menos, un nuevo mundo habitado y no regresar hasta poder llevar consigo un lo-que-sea-pero-vivo al zoo familiar.

Von Diesel I había capturado al malévolo Magnolus del planeta Aberrantio Alfa para convertirlo en la primera celebridad del zoo: Le hicieron fotos hasta aburrirlo y más de un biólogo llegó a afirmar que tras unos cuantos meses de flashes el monstruo había desteñido.

De Congri-La, Von Diesel II se trajo al Teomulfo, un extraño ser de cuatro metros de altura que se reproducía por mitosis y no paraba de reír. Provocó varias crisis nerviosas en el resto de animales y Magnolus trató de matarlo en no pocas ocasiones. Los niños lo adoraban y, en general, todo aquel cuyo sueño no era turbado por las risas del Teomulfo, también.

Von Diesel III viajó con su zeppelin por decenas galaxias y cientos de planetas, pero la poca vida que encontraba no era digna del zoo familiar o esa vida no encontraba ventaja alguna en cambiar sus junglas o desiertos por las bondades de Croquetonia. Canibalión tenía claro que prefería campar a sus anchas que entre rejas y “para que así conste” –dijo el bicho- “me como a este tio”. Tampoco Crustatio ni Alocapilpse quisieron mudarse. Y Von Diesel III ya estaba triste. Volaba con su zeppelin entre las parades del cañón entre el sonido ensordecedor de las aves y de las aguas del Simbossi: la única oportunidad que tenía era que las leyendas fuesen ciertas y allá, en las fuentes del Simbossi estuviese ese enorme animal al que nadie sabía darle nombre. Ni trato.

Los pájaros se alejaron justo antes de que el zeppelin se aproximase a los árboles que guardaban la fuentes y el escondite del bicho. Von Diesel III bajó el primero por una escalinata de cuerda y, con una antorcha en la mano se internó en la espesura. La vegetación era abundante y el avance, casi a tientas, lento. El bosque parecía robarles el oxígeno y sólo con dificultades conseguían respirar. Inspiraban, espiraban, inspiraban, espiraban. Respiraban al unísono. Tan al unísono que no era su respiración la que oían sino la del monstruo, que, sigilosamente se les había colocado delante y los miraba, inspirando, espirando. Era enorme, era terrible…tan enorme y tan terrible que el narrador se echó a correr.


2 comentarios:

Grilo do Demo dijo...

Jajaja me encantó el detalle este:

"...más de un biólogo llegó a afirmar que tras unos cuantos meses de flashes el monstruo había desteñido."

Metalsaurio dijo...

Es el motivo real por el que no dejan fotografiar a los animales en los zoos :D