miércoles, 29 de diciembre de 2010

Misterios desvelados

Trabajamos duro en Moscú y en Kiev. Casi nos dejamos el pellejo en Bucarest y Belgrado. En países olvidados perdimos amigos cuyos nombres, los que todavía conservamos salud física y mental, recordaremos para siempre.

Para compensar tanto esfuerzo, tanta pena, decidieron darnos una alegría y, a modo de premio, nos subieron a un furgón militar para, tras kilómetros y kilómetros de viaje, dar con una inmensa nave, en cuyas puertas se podían ver, pintados en blanco, un uno y un ocho.

1947, Roswell, Área 51, OVNI’s, Proyecto Mogul…demasiados datos poco claros sobre los que esa noche iban a darnos respuesta. Conteníamos la respiración, apenas nos mirábamos. Simplemente seguíamos a nuestro guía a lo largo del pasillo central: allá, al fondo, sobre una tarima de madera, una sobria manta blanca parecía ocultar un cuerpo.

Segundos más tarde, el comandante, puso un pie sobre la tarima, tiró de la manta y una visión, casi de otro mundo, inundó nuestras retinas.

-¡Mirad!

Y efectivamente, había un cuerpo.

-¡Mirad, es Elvis!

Y, Elvis, puesto en pie y sólo para nosotros cantó de nuevo su Only you.






jueves, 23 de diciembre de 2010

Los renglones de Dios

Contaba mi abuelo que, allá por el año 3000, un médico de nombre impronunciable y probada integridad había dado un paso de gigante a la hora de diagnosticar a tiempo uno de los males que aquejaban sin pudor a aquella primitiva sociedad urbana: la ninfomanía.

Ahora, que trabajo en el San Benedicto XVI, uno de tantos centros dedicados a guiar a estas pobres chicas, recuerdo y pronuncio sin trabarme el nombre de aquel médico, cuyos ensayos y moral nos inculcaron a fuego en la facultad. Vienen a mi mente sus enseñanzas pero tropiezan inexplicablemente, una y otra vez, con el café al que Mantis, la reclusa de la celda 69, me quiere invitar esta noche.


martes, 21 de diciembre de 2010

En la boca del lobo

Sucedió en uno de esos oscuros callejones en los que todos pensamos al evocar el Londres victoriano. Era medianoche y tras las nubes de duro algodón grisáceo se ocultaba, arriba, la luna y abajo, bien embozado, todo aquel que se suponía en casa, amantadito y durmiendo.

Flotaba en las calles el discreto rodar de los carruajes, algún caballo al piafar y gemidos ahogados tan cargados de sexo, como de impaciencia los testículos de los apurados clientes del callejón.

Una sombra elegante, masculina, se apostó a la entrada, contra la pared, buscando con la mirada una chica con la que entretenerse. Y la encontró. Le hizo señas para que se acercase. Ella sonrió y lo invitó a entrar en la calleja. Accedió.

-¿Jack?

Y mientras avanzaba, Jack sacó del interior del gabán una cuchilla de barbero en la que se reflejó una luna grande y llena, en su punto para convertir en lobas a todas las prostitutas sedientas de venganza.


martes, 14 de diciembre de 2010

El Deseador

Deja, pequeña, que te cuente su historia. Déjame bucear en el tiempo y rescatar su recuerdo, pues estoy seguro de que no era tan bueno como ahora dicen, ni tan malo como lo quisieron ver entonces.

Has de saber que era uno de esos anacoretas que entre realidad y locura vivía encaramado cual simio en la rama más alta de un roble centenario, mientras tejía y destejía sus artimañas agitando una varita, que muchos llamaban mágica, en el aire. Siempre encontraba alimento, siempre encontraba abrigo y las pocas veces que bajaba al pueblo, siempre justo cuando alguien mentaba su nombre –incluso en el más liviano susurro- aparecía sonriente y con buen aspecto, como por casualidad.

Todos vimos cuando de la noche a la mañana se convirtió en el hombre más importante de la comarca al detenerse frente al Ayuntamiento en uno de sus paseos, y pedir algo, no recuerdo qué, a voz en grito. Amenazó con que de no cumplirse haría aparecer una manada de elefantes.

Muchos se rieron. Otros, más taciturnos, le creyeron y corrieron a sus casas, a tiempo de cerrar sus puertas cuando, barritando, el primer elefante entraba en la plaza. No hubo que esperar más de un minuto para que el alcalde accediese a sus reivindicaciones a cambio de que hiciese desparecer al elefante.

-¡Sea!

Y el elefante cayó fulminado.

Después nos enteramos por los periódicos que el animal pertenecía a un circo que había soltado al elefante en cuanto presintieron que estaba al borde el infarto: los mismos que habían reído hablaban ahora de la coincidencia entre la liberación y amenazas del que ya una parte del pueblo –razonando que la magia supone dominar la casualidad- llamaba “el deseador”. El resto, un creciente resto, asumimos como proféticas sus palabras y como destino sus deseos.


viernes, 10 de diciembre de 2010

Henri Käck y sus fotos metálicas

Llevo unos días de paseo por Deviantart: Últimamente me adentro más por la sección fotográfica ya que ahora estoy interesado en los mundos del photoshop y la fotografía. No recuedo exactamente a qué categoría le estaba echando un vistazo cuando me topé con una foto del metallico James Hetfield, guitarra en mano y boca abierta, con cara de comeniños.

El autor de la foto firma como Henri Käck y es un finlandés de 22 años y si bien a algunas fotos parece que se les van a saltar los píxeles de tanto photoshop que tienen, a mí, como profano (de momento), me parecen buenas. Para quien tenga interés en echarle un vistazo a sus galerías, aquí dejo los enlaces:

martes, 7 de diciembre de 2010

El Doctor Arturo Maravilla

Con su impecable expediente, su brillante tesis doctoral y un contrato del Gobierno, Arturo Maravilla comenzó su andadura profesional en el campo que daba nombre a sus estudios: la Ingeniería de la Realidad.

Los fondos eran cuantiosos y los objetivos, claros: aunque el fin último era modificar la realidad a su antojo, empezarían de menos a más, de forma que en las primeras fases con alterar la percepción de la misma sería suficiente. Para ello, el señor Maravilla construyó la máquina sobre la que hasta el momento sólo había teorizado, y cuyas ondas, al dirigirlas hacia el individuo a manipular modificaban los estímulos que éste recibía.

Rematada la máquina y ajustado el guión que le harían vivir a la primera víctima, Arturo Maravilla sólo tendría que esperar a que ésta se pusiese a tiro para apretar el botón. Nadie contaba con que Arturo, de natural nervioso, disparase a discreción ni que la máquina, para coronar la jornada, explotase, expandiendo sus ondas por toda la ciudad.