miércoles, 2 de febrero de 2011

Eugene Di Testa

Cuando, al abrir la edición internacional del New York Paper el nombre de Eugene Di Testa brincó a mis retinas cual piojo al párvulo, mi sistema nervioso respondió a la perfección: contuvo a los ojos en sus cuencas y libró a la mandíbula de un desencaje casi seguro; mas del café, no quiso o no pudo responsabilizarse y lo expulsó en haz chorreante desde mi boca al mundo.

Eugene Di Testa. Con ese nombre, al igual que el Zorro con su Z, había firmado desde niño mis trastadas y, tanto me valía para inocentes notas de preadolescente como para una amenaza de bomba el día del examen de fin de carrera. Y, si bien, lo de la llamada-bomba fue un orgiástico clímax en las aventuras de Eugene, aunque a menor potencia su motor, entre vandálico y justiciero, nunca dejó de funcionar: bajo el nombre de Eugene Di Testa colaboré en una radio ahora prohibida, saqué adelante dos o tres números de la revista erótica Tu ciudad en bolas y puse en marcha un blog que a las autoridades pertinentes y enmascaradas disgustó sobremanera.

Por esos mundos me movía, por esos mundos se movía Eugene hasta que la Silver Films Inc. dio su ok al boceto de guión que, con las hazañas de Di Testa, meses atrás había enviado a sus estudios. Les gustaba y querían más, a poder ser con un toque a lo Michael Bay: más fuego, más explosiones, ¿y una catástrofe natural? Sí, por favor. Lo hice, se lo envié: la de Eugene Di Testa se convirtió en la vida de niño encaminado a ser un duro, un Bruce Willis chistoso y heroico a su manera, que era amado por las chicas, respetado por los chicos y postulado como líder por la masa feliz; y, mi vida, de contar con el beneplácito final de la Silver Films y el aplauso del público, se convertiría en la de un afamado guionista de Hollywood.

La historia, Di Testa - Di Action, comenzaba con una enorme estatua de Temis de espada quebrada y balanza vencida. Y un Eugene de rostro meditabundo.

Ese mismo rostro, el que me figuraba cuando de chaval firmaba con su nombre, era el que ahora me encontraba en las páginas del New York Paper acompañando una entrevista en la que me acusaba de manipular su mente y de quemar, explotar y destruir ciudades. Estatuas incluidas.



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