miércoles, 17 de julio de 2013

Las aventuras del príncipe desencantado


La princesa Bernalda, recién prometida con un futuro rey rico y feo, abandonó sus aposentos y se dirigió al jardín a llorar sus penas. Una fina corriente de aire por aquí, la luna iluminando la escena y Bernalda, más allá, removiendo con la mano el agua del estanque, formaban una bella estampa medieval con sólo había una pega: las ranas y su croar. Bernalda las odiaba casi tanto como a su prometido Gundar, pero esta noche, no sentía ni fuerzas para sentirse asqueada por ellas.

Bernalda se lamentaba mirando al cielo, cuando un sapo gordo y húmedo, con aspecto de malhablado, brincó a su vestido. ¡Croac! Bernalda lo miró y, distraída, le rascó entre los ojos. Incluso ella misma exclamó un croac desganado.

¡Croac! Insistió el sapo. ¡Croac! El sapo saltó y posó sus labios en los de la princesa, que gritó, ahora sí, asqueada y de un manotazo envió al sapo al centro del estanque.

Decepcionada y con los morros empapados, regresaba Bernalda al castillo. Se detuvo unos segundos a limpiarse, y a sus espaldas, desde el centro del estanque una voz la llamó. ¡Espera!

La princesa se giró y comprobó el origen de la voz: en el agua, un joven de aspecto cortesano la miraba y, lentamente, se acercaba a ella. ¡No huyas, espera! Dijo el chico, mientras, ya en la orilla, apoyaba una rodilla en el suelo y agachando la mirada reprimía un croar.

Bernalda vaciló. ¿Quién era el desconocido desnudo? ¿Acaso el sapo? ¿Le convenía hablar con él?

Me llamo Manilán -habló el sapo, ahora humano-. Una bruja me había hechizado y convertido en sapo. Con el beso me has hecho libre y ahora estoy en deuda contigo.

-Ay, Manilán –respondió la princesa Bernalda evitando con sus ojos la desnudez de Manilán- nada me haría más feliz que me librases de mi compromiso con el príncipe Gundar.

Manilán se acercó a la princesa. La tomó entre sus brazos, aún mojados y cuando sus miradas se cruzaron, la besó. Y la convirtió en rana.

A la luz de la luna, Bernalda la rana, saltó a la charca. Y del agua salieron más y más hombres, antes sapos, que, como Manilán, habían sido convertidos en batracios cuando se disponían a asaltar el castillo.