miércoles, 30 de julio de 2014

Cliffhanger



En la entrada anterior mencionaba que estaba haciendo un curso de novela. En él se señalan varias cosas interesantes, entre ellas, el cliffhanger. Sí, una técnica con nombre de deporte de riesgo, y que en castellano significa “al borde del abismo”.



El cliffhanger consiste en cerrar un capítulo (o episodio de serie televisiva) en un momento álgido para azuzar al lector a pasar al siguiente capítulo lo antes posible. Es una técnica interesante y usada ya de viejo, a pesar de su nombre: por lo que tengo entendido en las novelas publicadas por folletines (algo habitual en el Siglo XIX) cada capítulo finalizaba manteniendo el suspense. Lógico, ya que se trataba de fidelizar al lector.

Advierten en el curso del peligro de abusar de este recurso porque puede provocar que el lector se canse. Incluso, añado yo, los aficionados a las emociones fuertes, que disfrutan del puenting, es bastante probable que aborrezcan saltar un elevado número de veces, varias veces al día o a la semana. Seguramente acabarían aburridos o de los nervios.

Soy consciente de que uso el cliffhanger, si bien, hasta ahora no sabía su nombre. Sé que finalizo más de una historia con una sorpresa y, así, contravengo la recomendación del “final tranquilo, la vuelta a la normalidad”. Mi objetivo es dejar a la imaginación al lector esa vuelta a la normalidad. El resultado, más habitual de lo que me gustaría, es una pregunta: ¿Acaba así? 

Sí.

Pero tranquilos todos, que a partir de ahora trataremos de llevar paracaídas al acercarnos a los más altos abismos. 



miércoles, 9 de julio de 2014

...y empecé a escribir

“Si era capaz de transcribir un par de ideas medianamente interesantes, al menos podría decir que había empezado a hacer algo, aunque lo dejara al cabo de veinte minutos y no volviera trabajar más en ello. Así que quité el capuchón a la pluma, puse el plumín sobre la primera línea de la primera hoja del cuaderno azul y empecé a escribir.”

La noche del oráculo. Paul Auster.

A veces trato de excusarme y busco aquello que justifique el por qué no escribo. Las más de las veces lo arreglo con un “cuando tengo ganas, no tengo tiempo y cuando tiempo no tengo ganas”. Pero cada vez me siento menos a gusto con esa explicación: El tiempo se busca y las más de las veces somos capaces de encontrar un hueco siempre y cuando estemos convencidos de querer encontrarlo. 

Desde que dije aquí que lo escribiese no lo subiría al blog apenas he escrito: 3 capítulos más de la princesa Bernalda (mi intención es llegar a 10). Y difícilmente lo puedo justificar con la falta de tiempo. Así que, si hago caso a mi razonamiento de que “cuando tengo ganas, no tengo tiempo y cuando tiempo no tengo ganas”: sólo puedo achacar mi no escribir a la falta de ganas.  

Es curioso porque las ideas sí que están ahí. E incluso estoy haciendo y terminando un curso de novela (una de esas cosas de las que siempre he renegado en mi fuero interno por considerar que “el que vale, vale…y el que no, hace cursos de escritura”), precisamente por ganas de hacer y mejorar. 

…Dinosaurio, dinosaurio…que se nos está volviendo un vagoneta… 

Ya es hora de ponerse las pilas. 

Y agradecerle al blog el ayudarme a escribir.