En la entrada anterior mencionaba
que estaba haciendo un curso de novela. En él se señalan varias cosas
interesantes, entre ellas, el cliffhanger. Sí, una técnica con nombre de
deporte de riesgo, y que en castellano significa “al borde del abismo”.
El cliffhanger consiste en cerrar
un capítulo (o episodio de serie televisiva) en un momento álgido para azuzar
al lector a pasar al siguiente capítulo lo antes posible. Es una técnica
interesante y usada ya de viejo, a pesar de su nombre: por lo que tengo
entendido en las novelas publicadas por folletines (algo habitual en el Siglo
XIX) cada capítulo finalizaba manteniendo el suspense. Lógico, ya que se
trataba de fidelizar al lector.
Advierten en el curso del peligro
de abusar de este recurso porque puede provocar que el lector se canse. Incluso,
añado yo, los aficionados a las emociones fuertes, que disfrutan del puenting,
es bastante probable que aborrezcan saltar un elevado número de veces, varias
veces al día o a la semana. Seguramente acabarían aburridos o de los nervios.
Soy consciente de que uso el
cliffhanger, si bien, hasta ahora no sabía su nombre. Sé que finalizo más de
una historia con una sorpresa y, así, contravengo la recomendación del “final
tranquilo, la vuelta a la normalidad”. Mi objetivo es dejar a la imaginación al
lector esa vuelta a la normalidad. El resultado, más habitual de lo que me
gustaría, es una pregunta: ¿Acaba así?
Sí.
Pero tranquilos todos, que a
partir de ahora trataremos de llevar paracaídas al acercarnos a los más altos
abismos.