viernes, 13 de octubre de 2017

Juego de espías

Hipólito es espía jubilado, profundamente anciano y al borde la muerte. Sabe más secretos de Estado que nadie.  Antiguos y modernos. Algunos se los contaron y otros los vivió. Es capaz de interpretar mensajes que otros ni siquiera saben que existen. De ahí que haya vivido tanto, siempre tan informado y listo para reaccionar o tomar la iniciativa.

Hipólito es consciente de su estado físico. Su rutina hospitalaria lo lleva de la cama al sofá y viceversa. Con alguna visita al baño y algún paseo por su planta. Se encuentra físicamente débil y, sin gustarle el asunto, reconoce que le falla la memoria.

Menos le gusta reconocer que si ahora encuentra solo es porque se alejó de su familia para mantenerlos a salvo. Objetivo cumplido, pero se encuentra solo. Hipólito el espía está viejo, solo y amenazado.

No desconfía de los médicos ni de la medicación que le suministran diariamente, sino de algunas caras nuevas que a veces circulan por los pasillos y se fijan demasiado en él. Hay noticias en la televisión y en los periódicos que le preocupan. El contenido aparente de las mismas es lo de menos, el significado oculto es el que le preocupa. Algún excompañero le advierte que lo buscan con aviesas intenciones. No recuerda quién puede ser el benefactor. Tampoco quién lo querrá matar. Hay tantos candidatos y tantos motivos que no puede completar la lista.

Hipólito tiene preparada una pistola en el armario. Para el paseo de hoy la ha cogido. Con una mano empuja el andador y con la otra sostiene la pistola. Curiosamente, no hay nadie por los pasillos. Trata de recordar qué razón pueden tener para matarlo cuando ya va a morirse. ¿Códigos nucleares, golpes de Estado? Piensa también porqué no hay nadie en la planta. Un chispazo de lucidez asalta su cerebro. ¡Cuarentena! ¡Lo iban a aislar y poner su planta en cuarentena!

Se acerca a la ventana. Imposible de abrir. Mira al exterior. Hay varios vehículos militares. Serán ellos quienes dirigen la cuarentena. La frágil memoria de Hipólito no recuerda qué motivo pueden tener para querer matarlo tan cerca del final. Por el rabillo del ojo ve parpadear la luz del ascensor. Se da la vuelta y apunta. Sabe que no saldrá de esta, pero no se va a dejar matar así como así. La luz del ascensor se para. En su planta. La puerta se abre y muestra a varios militares. Hipólito dispara, sin fijarse en que no van armados, sino con instrumentos de música ni en que las puertas de las habitaciones se abren y le gritan “sorpresa”. Vuelve a disparar. Cae uno de los militares antes de que Hipólito vuelva en sí y deje de disparar.

Los músicos salen del ascensor y empiezan a tocar. El militar caído, se levanta y el canta cumpleaños feliz. Hipólito está incrédulo. Mira su pistola y advierte que es de petardos. ¿Tan mayor estoy?, piensa. La dejar caer. Se sienta en un sofá y llora mientras terminan de cantarle. Es su cumpleaños y los cuerpos de espionaje se han acordado de él. Se siente morir de vergüenza. ¿Querían felicitarlo o matarlo? Se siente morir...con la duda, Hipólito el espía que tanto sabía, se apaga.