El capítulo 2 de la saga de Metalonia, reescrito. Me gusta más así, espero que coincidáis
conmigo con el resultado:
Arrabio parece humano, pero no lo
es. De hecho, su parecido con los humanos evidencia su diferencia: su
morfología es la de un monigote que representa a un humano. Además de su
aspecto de monigote de semáforo, hay otros dos detalles a destacar: es de hierro
y no alcanza los treinta centímetros de estatura.
Arrabio es relativamente
afortunado en la vida. Le toca servir a uno de los seis sabios. Al responsable
de la Ciencia. Como tantos otros, Arrabio trabaja para él en el servicio
meteorológico.
Arrabio pasa el día frente a una
pantalla en la que se vuelcan temperaturas, vientos y fenómenos atmosféricos
varios. El sabio plateado está preocupado por las consecuencias que se podrían
derivar de un desorden atmosférico y ha encargado al servicio meteorológico
investigar como provocar y frenar tormentas. A Arrabio le ha tocado investigar
cómo provocar el trueno, pero, aunque tiene claras sus causas, no es capaz de reunirlas
para que surja la chispa primigenia.
Arrabio tiene un amigo en el
departamento de Historia. Se llama Escandio y está especializado en historia de
la magia. No es un departamento muy popular, ya que nadie reconoce la
existencia de la magia, pero no siempre fue así y la documentación que custodia
Escandio lo demuestra. Para Arrabio, recurrir a Escandio supone reconocer su
desesperación, pero sus conocimientos pueden ser de ayuda.
− ¿Conjuros para invocar truenos? No
hay ninguno que yo conozca, pero miremos el archivo.
Con su metálico corazón en un
puño, Arrabio acompaña a Escandio por la biblioteca. Hay multitud de pasillos
llenos de estanterías repletas de libros hasta el techo. Sólo al fondo, tras
una puerta, aparece la sección de historia de la magia. Escandio, con la llave
que le cuelga sobre el pecho, abre la puerta.
Los tomos de las Leyendas de
Metalonia son el núcleo central de la sección mágica y en ellas centran la búsqueda.
Cualquier precedente en la invocación a los truenos podría ser de utilidad. Arrabio
y Escandio revisan tomo a tomo…y no sólo localizan un precedente en su afán de
invocar al rayo, sino que se da fe haberlo conseguido: el antiguo brujo Titanio
invocó al trueno y dejó escrito cómo hacerlo, pero, que se sepa, nadie más
quiso o supo seguir sus pasos.
Las instrucciones del brujo
Titanio son claras: subir a una montaña cuya cima esté coronada por un único
árbol, un único avellano, y tras abrazarlo durante toda la noche y susurrarle
el deseo de que haga descender el relámpago y estallar el trueno, finalmente,
con la primera luz de la mañana, pronunciar las palabras mágicas.
Arrabio conoce una montaña que
cumple las condiciones que indica el libro. Se despide de Escandio con la
promesa de ponerlo al tanto del resultado del conjuro y pone rumbo a la montaña.
Es alta pero la corona. Vence al sueño y a sus recelos de susurrarle al árbol. Antes
la vergüenza de que lo encuentren en esa postura durante la noche a la cólera
del sabio gigante de plata.
Con la primera luz de la mañana pronuncia
las palabras mágicas. Con cada palabra, un nuevo nubarrón aparece. Denso,
negro. La noche parece cubrir la montaña, pero nada sucede.
Arrabio mira el cielo. No agita
un puño en dirección al cielo, desafiante, por ser un gesto demasiado ridículo en
un monigote metálico. Pero maldice una y otra vez. A Titanio y a su suerte. A
esos nubarrones que oscurecen el cielo, pero de los que no brotan relámpagos.
Arrabio regresa a la ciudad,
cabizbajo, meditando sobre lo sucedido. El conjuro había funcionado a medias.
El relámpago no había caído pero los nubarrones eran innegables…quizá la
próxima vez funcionase. Todavía triste, se propuso intentarlo una vez más. Una
vez…y las que fueran necesarias. Esto pensaba Arrabio cuando de entre las nubes
nació un relámpago que fue a dar a su redonda cabeza. La descarga lo hizo
saltar por los aires y caer inconsciente.
Al despertar, hecho polvo, una
sensación eléctrica recorría su cuerpo, un chisporroteo inusual. Como pudo, se
levantó y renqueante continuó su camino a la ciudad.
Rumbo a casa, a descansar del susto.
Continuará.