lunes, 2 de julio de 2018

La saga de Metalonia (capítulo 2, reescrito)


El capítulo 2 de la saga de Metalonia, reescrito. Me gusta más así, espero que coincidáis conmigo con el resultado:

Arrabio parece humano, pero no lo es. De hecho, su parecido con los humanos evidencia su diferencia: su morfología es la de un monigote que representa a un humano. Además de su aspecto de monigote de semáforo, hay otros dos detalles a destacar: es de hierro y no alcanza los treinta centímetros de estatura.

Arrabio es relativamente afortunado en la vida. Le toca servir a uno de los seis sabios. Al responsable de la Ciencia. Como tantos otros, Arrabio trabaja para él en el servicio meteorológico.

Arrabio pasa el día frente a una pantalla en la que se vuelcan temperaturas, vientos y fenómenos atmosféricos varios. El sabio plateado está preocupado por las consecuencias que se podrían derivar de un desorden atmosférico y ha encargado al servicio meteorológico investigar como provocar y frenar tormentas. A Arrabio le ha tocado investigar cómo provocar el trueno, pero, aunque tiene claras sus causas, no es capaz de reunirlas para que surja la chispa primigenia.

Arrabio tiene un amigo en el departamento de Historia. Se llama Escandio y está especializado en historia de la magia. No es un departamento muy popular, ya que nadie reconoce la existencia de la magia, pero no siempre fue así y la documentación que custodia Escandio lo demuestra. Para Arrabio, recurrir a Escandio supone reconocer su desesperación, pero sus conocimientos pueden ser de ayuda.

− ¿Conjuros para invocar truenos? No hay ninguno que yo conozca, pero miremos el archivo.

Con su metálico corazón en un puño, Arrabio acompaña a Escandio por la biblioteca. Hay multitud de pasillos llenos de estanterías repletas de libros hasta el techo. Sólo al fondo, tras una puerta, aparece la sección de historia de la magia. Escandio, con la llave que le cuelga sobre el pecho, abre la puerta.

Los tomos de las Leyendas de Metalonia son el núcleo central de la sección mágica y en ellas centran la búsqueda. Cualquier precedente en la invocación a los truenos podría ser de utilidad. Arrabio y Escandio revisan tomo a tomo…y no sólo localizan un precedente en su afán de invocar al rayo, sino que se da fe haberlo conseguido: el antiguo brujo Titanio invocó al trueno y dejó escrito cómo hacerlo, pero, que se sepa, nadie más quiso o supo seguir sus pasos.

Las instrucciones del brujo Titanio son claras: subir a una montaña cuya cima esté coronada por un único árbol, un único avellano, y tras abrazarlo durante toda la noche y susurrarle el deseo de que haga descender el relámpago y estallar el trueno, finalmente, con la primera luz de la mañana, pronunciar las palabras mágicas.

Arrabio conoce una montaña que cumple las condiciones que indica el libro. Se despide de Escandio con la promesa de ponerlo al tanto del resultado del conjuro y pone rumbo a la montaña. Es alta pero la corona. Vence al sueño y a sus recelos de susurrarle al árbol. Antes la vergüenza de que lo encuentren en esa postura durante la noche a la cólera del sabio gigante de plata.

Con la primera luz de la mañana pronuncia las palabras mágicas. Con cada palabra, un nuevo nubarrón aparece. Denso, negro. La noche parece cubrir la montaña, pero nada sucede.

Arrabio mira el cielo. No agita un puño en dirección al cielo, desafiante, por ser un gesto demasiado ridículo en un monigote metálico. Pero maldice una y otra vez. A Titanio y a su suerte. A esos nubarrones que oscurecen el cielo, pero de los que no brotan relámpagos.

Arrabio regresa a la ciudad, cabizbajo, meditando sobre lo sucedido. El conjuro había funcionado a medias. El relámpago no había caído pero los nubarrones eran innegables…quizá la próxima vez funcionase. Todavía triste, se propuso intentarlo una vez más. Una vez…y las que fueran necesarias. Esto pensaba Arrabio cuando de entre las nubes nació un relámpago que fue a dar a su redonda cabeza. La descarga lo hizo saltar por los aires y caer inconsciente.

Al despertar, hecho polvo, una sensación eléctrica recorría su cuerpo, un chisporroteo inusual. Como pudo, se levantó y renqueante continuó su camino a la ciudad.

Rumbo a casa, a descansar del susto.

Continuará.