A un lado, los Campos de Marte, y al otro, el lento discurrir del Sena, al que ya ni se dignaba a mirar. Prefería fijarse en los puntitos que se movían por los jardines y hacían brillar los flashes en dirección a la Torre. Brillaban con la misma insistencia que ella demostraba jugueteando con la tarjeta de la reserva, como si tuviesen miedo de que algún día despareciese la obra de Eiffel. O desapareciesen ellos.
Se levantó para acercarse todavía más a la ventana y recordó que de niña, ella también había hecho una foto a la Torre en su primera visita a París.
-Qué asco.
-¿Se encuentra bien, madame?
-Qué asco.
