Dedicada a esa gente que quiere que vea baloncesto y lea novelas de amor.
En un lugar en el que la palabra “amor” era dicha más veces que la palabra “follar”, allí donde los átomos estaban compuestos por dos tercios de ternura, allí, en el centro de una llanura, abrasada por un sol huevo sonriente y feliz había una parra de hojas gigantes multicolor, si bien predominaban las de color rosa. Bajo el manto multicolor de las hojas vivían Casiopea Muñiz y Torcuato Flor, alimentándose de miradas y declaraciones de amor.
‘Te quiero, Torcuato’
‘Te amo, Casiopea’
‘¿Y cuánto me amas?’
‘Te amo…te amo…te amo un mundo’
‘Aaaaaay, Torcuatín…’
‘Aaaaaay, Casiopea…’
Esa noche misma noche, Casiopea Muñiz y Torcuato Flor, a la luz de las estrellas y de una luna llena que los miraba satisfecha, cabalgaron en su Unicornio blanco de cuerno rosa, rodeados de labios voladores y duendecillos que tocaban la lira.
Al amanecer, despertaron abrazados, rodeados de flores y pajarillos cantarines. Sin duda, su vida era feliz, llena de amor, perfecta.
‘Aaaaaay, Torcuatín…’
‘Aaaaaay, Casiopea…’
A lo lejos, escucharon un sonido sordo, rítmico, que estremecía el suelo. Dando botes, dando voces, se acercaba un Metalsaurio ‘¡EO, EO, EO!, ¡EO, EO, EO!’ decía cada vez que pisaba el suelo, abriendo mucho los brazos.
‘¿Qué es eso que se acerca, cariño?’
‘Es un…’
No le dio tiempo a decir más, pues de un último bote el Metalsaurio –sombrero de paja, gafas de sol y camisa hawaiana- se había puesto a escasos metros de Casiopea Muñiz y Torcuato Flor. ‘¡EO, EO, EO!, ¡EO, EO, EO!’ dijo una vez más, abriendo los brazos. Silencio. Los tres se miraban. Callados, quietos. El Metalsaurio desvió su mirada a las enormes hojas de parra, verdaderamente grandes y coloreadas. Cogió una y comenzó a mascarla.
‘¿Qué eres? ¿Un lagarto?’
‘No me jodas, ¿te parezco, un lagarto, atontao?’
‘Bajo nuestra parra no hay lagartos, nunca hemos visto uno…’
‘Vaya, qué tristeza. ¿Y nunca habéis pensado en salir de la parra?’
‘Aquí tenemos todo lo que necesitamos: nuestro amor, nuestro Unicornio blanco de cuerno rosa. Se llama Ursinio…¿A qué sí, Ursinio?’
Ursinio guardó silencio y el Metalsaurio continuó,:
‘¿Cómo os llamáis, gentes?’
‘Nos llamamos Casiopea Muñiz y Torcuato Flor’ dijeron al unísono, pues se consideraban uno.
‘Casiopea, Casiopea…¿no te apetece hacer cosas a solas, sin Torcuato?
‘¡No!’
‘¿Y tú, Torcuato, qué me dices?’
‘Te digo lo mismo que Casiopea’ respondió agarrándole la mano a su amada y suspirando:
‘Aaaaaay, Casiopea…’
‘Aaaaaay, Torcuatín…’
El Metalsaurio, un poco hasta la polla de la parejita feliz, se encaramó de un saltó a la parra ‘¡EO, EO, EO!, ¡EO, EO, EO!’ pues le había parecido ver a un duendecillo con una lira; la parra, evidentemente, cedió bajo su peso y rompió.
‘¡Joder, Torcuatín, haz algo, no te quedes ahí parado! ¡Que el lagarto nos va a romper todo!’
‘Pero, cielo…¿qué voy a hacer?’
Cuando el Metalsaurio se incorporó, miró a su alrededor y se alejó, camino a los Bosques Sáuricos, dando botes, dando voces ‘¡EO, EO, EO!, ¡EO, EO, EO!’; Feliz por haber roto la monotonía de la historia de amor y sintiéndose culpable por haber roto la parra de gigantes hojas multicolor.