Arrabio parece humano, pero no lo
es. De hecho, su parecido con los humanos evidencia su diferencia: su morfología
es la de un monigote que representa a un humano. Además de que su aspecto es el
de un monigote de semáforo, hay otros dos detalles a destacar: es de hierro y
no alcanza los treinta centímetros de estatura.
Arrabio es relativamente afortunado en la vida. Le toca
servir a uno de los seis sabios. El sabio de plata al que sirve es el
responsable de la Ciencia, y Arrabio, como tantos otros, trabaja para él en el
servicio meteorológico.
Arrabio pasa el día frente a una
pantalla en la que se vuelcan temperaturas, vientos y fenómenos atmosféricos
varios. El sabio plateado está preocupado por las consecuencias que se podrían
derivar de un desorden atmosférico y ha encargado al servicio meteorológico
investigar como provocar y frenar tormentas. A Arrabio le ha tocado investigar
cómo provocar el trueno, pero no encuentra la manera.
En los archivos del servicio meteorológico
no encuentra la solución y aunque la redonda cabeza de hierro de Arrabio tiene
claras las causas del trueno, no es capaz reunirlas para que surja la chispa
primigenia. Es por esto que Arrabio recurre a su colega Escandio, del servicio
de Historia, con el objetivo de que le cuente si hay precedentes en su
búsqueda. Y sí las hay, en un tomo de Las leyendas de Metalonia no sólo se
narra que existieron precedentes, sino que se da fe de haberlo conseguido. El
antiguo brujo Titanio invocó al trueno y dejó escrito cómo hacerlo pero, que se
sepa, nadie más quiso o supo seguir sus pasos. Arrabio, por supuesto, necesita
darlos.
Arrabio sale del departamento de
Historia con Las leyendas de Metalonia bajo el brazo y la promesa de devolverle
el tomo a Escandio. Las páginas son antiguas pero legibles. Las instrucciones
del brujo Titanio son claras: subir a una montaña cuya cima esté coronada por
un único árbol, un único avellano, y tras abrazarlo durante toda la noche y
susurrarle el deseo de que haga descender el relámpago y estallar el trueno,
finalmente, con la primera luz de la mañana, pronunciar las palabras mágicas.
Arrabio conoce una montaña que
cumple las condiciones que indica el libro. Sigue a pies juntillas las
instrucciones y corona la montaña, vence al sueño y a sus recelos de susurrarle
al árbol. Prefiere la vergüenza de que lo encuentren en esa postura durante la
noche que la cólera del gigante sabio de plata. Con la primera luz de la mañana
Arrabio pronuncia las palabras mágicas.
El cielo se nubló en un instante
y nada sucedió. Arrabio se apartó del avellano y bajó la montaña. Cuando ya se aproximaba
a la ciudad, el relámpago cayó justo encima de la redonda cabeza metálica de
Arrabio. Saltó por los aires y lo dejó inconsciente unos minutos.
Al despertar, hecho polvo, notó una
sensación eléctrica que recorría su cuerpo, un chisporroteo inusual. Como pudo,
se levantó y renqueante continuó su camino a la ciudad. Rumbo a casa, a descansar
del mal trago.
Continuará.