A noventa y cinco metros del suelo y con una copa de champagne francés en la mano, la gente se ve muy pequeña; insignificante: puntitos en movimiento –boquiabiertos- que únicamente podrían soñar con lo que para ella era la rutina de sentir París a sus pies, todos los viernes noche, desde la mesa reservada a su nombre.
A un lado, los Campos de Marte, y al otro, el lento discurrir del Sena, al que ya ni se dignaba a mirar. Prefería fijarse en los puntitos que se movían por los jardines y hacían brillar los flashes en dirección a la Torre. Brillaban con la misma insistencia que ella demostraba jugueteando con la tarjeta de la reserva, como si tuviesen miedo de que algún día despareciese la obra de Eiffel. O desapareciesen ellos.
Se levantó para acercarse todavía más a la ventana y recordó que de niña, ella también había hecho una foto a la Torre en su primera visita a París.
-Qué asco.
-¿Se encuentra bien, madame?
-Qué asco.
A un lado, los Campos de Marte, y al otro, el lento discurrir del Sena, al que ya ni se dignaba a mirar. Prefería fijarse en los puntitos que se movían por los jardines y hacían brillar los flashes en dirección a la Torre. Brillaban con la misma insistencia que ella demostraba jugueteando con la tarjeta de la reserva, como si tuviesen miedo de que algún día despareciese la obra de Eiffel. O desapareciesen ellos.
Se levantó para acercarse todavía más a la ventana y recordó que de niña, ella también había hecho una foto a la Torre en su primera visita a París.
-Qué asco.
-¿Se encuentra bien, madame?
-Qué asco.
2 comentarios:
Los insignificantes mortales que contaminan el universo con su sola presencia al menos me sirven de divertimento. He ahí su utilidad.
Ou, yeaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh.
zum, zum
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