martes, 29 de abril de 2008

Altitude 95

A noventa y cinco metros del suelo y con una copa de champagne francés en la mano, la gente se ve muy pequeña; insignificante: puntitos en movimiento –boquiabiertos- que únicamente podrían soñar con lo que para ella era la rutina de sentir París a sus pies, todos los viernes noche, desde la mesa reservada a su nombre.

A un lado, los Campos de Marte, y al otro, el lento discurrir del Sena, al que ya ni se dignaba a mirar. Prefería fijarse en los puntitos que se movían por los jardines y hacían brillar los flashes en dirección a la Torre. Brillaban con la misma insistencia que ella demostraba jugueteando con la tarjeta de la reserva, como si tuviesen miedo de que algún día despareciese la obra de Eiffel. O desapareciesen ellos.

Se levantó para acercarse todavía más a la ventana y recordó que de niña, ella también había hecho una foto a la Torre en su primera visita a París.

-Qué asco.

-¿Se encuentra bien, madame?

-Qué asco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los insignificantes mortales que contaminan el universo con su sola presencia al menos me sirven de divertimento. He ahí su utilidad.
Ou, yeaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh.

Metalsaurio dijo...

zum, zum