-¿Sabes lo que más me gusta de este pedregal, Alfredo? –Segismundo, voz quebrada y vista al frente hacia el pedregal, ni se molestó en dirigir la mirada a su interlocutor. En parte porque era viejo y desganado, y en parte porque entre la poca memoria que le respetaba el Alzheimer, estaba la cara de Alfredo, vecino y amigo de la infancia.
Alfredo, que de pequeño había sido monaguillo y ahora blasfemaba a la menor ocasión sólo para las monjas que lo cuidaban se santiguasen y dijesen la retahíla habitual “avermariapurísima”, tampoco miró a Segismundo:
-No lo sé, mecagondiós.
No había monjas a su alrededor –los fines de semana, su familia lo iba a buscar al asilo- y se sintió un poco ridículo al blasfemar sin escuchar respuesta.
-Lo que más me gusta del pedregal son las piedras, porque me recuerdan cosas. Cosas que sé que me gustaban pero que mi memoria ha olvidado.
-¿Y cómo sabes que te gustaban, mecagondiós? A lo mejor no te gustaban y es mejor que no las recuerdes. Las piedras…ay…asfalto es lo que hacía falta.
-¿Quién eres?
-Soy Alfredo, mecagondiós. Estás tonto.
-Alfredo…¿te acuerdas cuando nos atacaban los indios y les tirábamos piedras?
-Asfalto es lo que hacía falta, nada de piedras.
3 comentarios:
Una buena ondanada de hostias es lo que te hacía falta, cagondios... Un día de sol marciano. Y aquí, a rascarse la piedra que me he escondido en la bragueta... hostia puta, si que está dura!!!!
"violencia masiva e injustificada"??
Un buen puñetazo a la pantalla del ordenador siempre te quita algo de estress laboral... En este caso, utilicé la hostia verbal. Me gustan los dos viejos estos.
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