“Desde un viejo balcón veneciano,
Bajaba una paloma en su vuelo
…”
-Deja eso, ¿quieres? –la habitual cara alegre, de grandes encías y dientes, gorda nariz y orejas de soplillo, estaba esa noche preocupada. Inquieta. Ni el lugar le agradaba, ni tampoco las circunstancias que lo habían llevado allí – Deja tu puto libro, Daniela.
-¿Mi puto libro? Si te parece leo la Biblia, no te jode.
-No es momento de leer, creo yo. Aquí, delante de un puticlub, leyendo poemas…sería bonito de no ser tan…
-“tan, tan”…pareces tonto. Cuando salga mi padre le pegas un tiro y punto, ¿me oyes? Que para algo soy tu novia. Está muy bien hablar de amor y que sea todo perfecto, pero a veces, ¿entiendes? no todo es bonito. ¿Es bonito que tu padre se vaya de putas? Tan cristiano dices que eres, y ¿qué hay de la Justicia Divina? –Daniela, cerró su libró, enfadada, y golpeó con él a Jaime, que, aferrado a la mochila a la que se mantenía abrazado, no se atrevió a quejarse, y de alguna manera de que sólo su rostro de asno conocía, agachó las orejas. Permaneció sentado, mientras le miraba el culo a Daniela –esa noche le parecía toda ella una desconocida; su culo también le resultaba un extraño- que se había levantado del banco de piedra en el montaban guardia frente a la puerta del Golden.
Estaba muy enfadada. De alguna manera se había enterado de que su padre estaba allí dentro y quería matarlo. Jaime, novio de Daniela y demasiado mayor para seguir en su cargo de monaguillo, pero indeciso a la hora de entrar en el seminario era incapaz de negarle nada; y allí se encontraba -con una pistola en una mochila y el crucifijo que esa noche no se atrevió a colgarse del cuello, en el bolsillo- incapaz de negarle nada a la colegiala que en el confesionario le había dicho que quería entrar, follarlo y hacerlo rebuznar de placer.
Bajaba una paloma en su vuelo
…”
-Deja eso, ¿quieres? –la habitual cara alegre, de grandes encías y dientes, gorda nariz y orejas de soplillo, estaba esa noche preocupada. Inquieta. Ni el lugar le agradaba, ni tampoco las circunstancias que lo habían llevado allí – Deja tu puto libro, Daniela.
-¿Mi puto libro? Si te parece leo la Biblia, no te jode.
-No es momento de leer, creo yo. Aquí, delante de un puticlub, leyendo poemas…sería bonito de no ser tan…
-“tan, tan”…pareces tonto. Cuando salga mi padre le pegas un tiro y punto, ¿me oyes? Que para algo soy tu novia. Está muy bien hablar de amor y que sea todo perfecto, pero a veces, ¿entiendes? no todo es bonito. ¿Es bonito que tu padre se vaya de putas? Tan cristiano dices que eres, y ¿qué hay de la Justicia Divina? –Daniela, cerró su libró, enfadada, y golpeó con él a Jaime, que, aferrado a la mochila a la que se mantenía abrazado, no se atrevió a quejarse, y de alguna manera de que sólo su rostro de asno conocía, agachó las orejas. Permaneció sentado, mientras le miraba el culo a Daniela –esa noche le parecía toda ella una desconocida; su culo también le resultaba un extraño- que se había levantado del banco de piedra en el montaban guardia frente a la puerta del Golden.
Estaba muy enfadada. De alguna manera se había enterado de que su padre estaba allí dentro y quería matarlo. Jaime, novio de Daniela y demasiado mayor para seguir en su cargo de monaguillo, pero indeciso a la hora de entrar en el seminario era incapaz de negarle nada; y allí se encontraba -con una pistola en una mochila y el crucifijo que esa noche no se atrevió a colgarse del cuello, en el bolsillo- incapaz de negarle nada a la colegiala que en el confesionario le había dicho que quería entrar, follarlo y hacerlo rebuznar de placer.
Su rebuzno fue largo tiempo comentado en el colegio de monjas, y tras largas y tortuosas explicaciones, en las que no dudó en invocar al Espíritu Santo, a una Revelación, le dejaron seguir ejerciendo.
-¡Atento, Jaime! Sale alguien…
Torpemente, abrió la mochila y sacó una pistola con silenciador , nervioso.
Torpemente, bandeando, Jabo el Jevo, salió del Golden.
Jaime, miope sin gafas, apuntó a la sombra que caminaba con dificultad hacia algún lugar del aparcamiento. Su blanco era lento, pero su andar alcohólicamente dubitativo; una mancha borrosa y oscura que caminaba haciendo eses. Disparó.
La sombra de Jabo dejó de verse.
-¡Para, para, para! ¡Para, que ese no es mi padre! Idiota. –Daniela gritó todo lo que se puede gritar a media voz. Parecía haber reconocido la sombra de Javo poco antes de que desapareciese entre los coches aparcados, y de tres rápidas zancadas se allegó a donde estaba Jaime y, tras una bofetada, le quitó la pistola y la devolvió a la mochila- ¡Mira que eres tonto! Joder. Hay que escapar, Jaime, joder. Vete, vete.
Jaime huyó a la carrera y se perdió en la oscuridad de la noche.
Daniela, se marchó, a pie, paso lento, para, de camino, calmarse y pensar.
Pensar mucho.
2 comentarios:
Te debía la visita, así que ésta no ha sido de casualidad. No sé si el relato es tuyo no, pero es realmente formidable. Me atrevo a lanzarte una invitación. Si te gusta escribir hay una web estupenda (www.elcuentacuentos.com) basta con que tengas ganas de escribir, un nick y un blog en que publicar tus historias. No dejes de visitarlo si puedes. Un saludo. Por cierto, coincidimos en algunos libros más. Soy fan de la saga de Caballo de Troya. De hecho, uno de mis relatos es un pequeño homenaje a esa saga. Se llama Nahum (seguro que el título te resulta familiar).
En fin, perdona el atrevimiento. Un saludo.
Hola Sechat,
El relato es mío, sí. Me alegro de que te guste :) aunque creo que el Jabo el Jevo IV es algo más flojo que los tres anteriores.
Tiene buena pinta el cuentacuentos. A ver si me leo las bases y me doy de alta pronto.
Ahora que lo dices, sí que coincidimos en algunos libros más...jeje. Los Pilares de la Tierra y El médico también los leí (no sabría decirte cuál me gustó más)
Un saludo.
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