Ripolleta era italiana y tenía algo de bigote. Desde pequeña había querido ser bailarina en el Ballet de Roma y, por eso, semana tras semana, se esforzaba en las clases de danza a las que asistía: estiramientos, saltitos, pasos cortos y más saltitos.
Decía que le gustaba las música, si bien sus conocimientos se reducían poco más que al “Lago de los Cisnotes” y al “Cascahuetes” -Sebastián Bach sólo era para ella un compositor, nunca el cantante ex-cantante de Skid Row; y, sin haberlas escuchado, si alguien le hubiera preguntado, respondería que prefería “Stairway to Heaven” a “Highway to Hell”- y, al igual que con la música, todo lo que no tuviera relación, directa o indirecta, con su danzante universo, lo ignoraba, de la misma forma que desconocía mucho de lo que en su reducido mundo le concernía.
Desde su casa a la academia de baile, y de la academia de baile a su casa, vestía un tutú, negro cuando iba por la calle, blanco durante las clases – de negro, una mafalda tenebrosa; de blanco, un patito feo-. Y así, durante años, cada día una copia idéntica del anterior, hasta llegar el gran día de su prueba de acceso al Ballet de Roma.
Ese día, Ripolleta, se levantó a una hora más temprana de la habitual y se calzó su tutú negro. Al llegar al Teatro de la Ópera, donde se iba a examinar, descubrió que habían adelantado la prueba al día anterior.
Oooh.
Pobre Ripolleta.
Decía que le gustaba las música, si bien sus conocimientos se reducían poco más que al “Lago de los Cisnotes” y al “Cascahuetes” -Sebastián Bach sólo era para ella un compositor, nunca el cantante ex-cantante de Skid Row; y, sin haberlas escuchado, si alguien le hubiera preguntado, respondería que prefería “Stairway to Heaven” a “Highway to Hell”- y, al igual que con la música, todo lo que no tuviera relación, directa o indirecta, con su danzante universo, lo ignoraba, de la misma forma que desconocía mucho de lo que en su reducido mundo le concernía.
Desde su casa a la academia de baile, y de la academia de baile a su casa, vestía un tutú, negro cuando iba por la calle, blanco durante las clases – de negro, una mafalda tenebrosa; de blanco, un patito feo-. Y así, durante años, cada día una copia idéntica del anterior, hasta llegar el gran día de su prueba de acceso al Ballet de Roma.
Ese día, Ripolleta, se levantó a una hora más temprana de la habitual y se calzó su tutú negro. Al llegar al Teatro de la Ópera, donde se iba a examinar, descubrió que habían adelantado la prueba al día anterior.
Oooh.
Pobre Ripolleta.
4 comentarios:
Una mezcla de danza y comedia maravillosa. Me encanta. Insisto en que sería estupendo tenerte en el cuentacuentos. "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Mira que te puede pasar como a Ripolleta (ji,ji). Un saludo.
¡jaja! Espero no acabar como ella :)
He estado mirando la página del cuentacuentos y no lo veo claro del todo o a lo mejor es que no lo entiendo bien: ¿alguién sugiere una frase y los demás escriben una historia que empieza por esa frase y al terminar avisa al foro para que lo lean? "Hale, que lo he acabado"
¿Es eso?
Gracias por pasarte por aquí, he leído alguna historia tuya más y me parecen muy buenas.
Un saludo.
Ripolleta es una loca a quien me gustaría expiar. Pobre niña idiota.
Y cuando te digan "Mamá, eso sólo son cuentos", una sombra oscura de enormes proporciones se alzará tras ellos y les susurrará con su voz milenaria que algunos cuentos sobreviven a las personas.
(a los dinosaurios también, pero eso seguramente, la sombra, se lo calle)
Muy bonito lo que has escrito, Lady Nerón! Muchas gracias :)
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