Más de media docena de cadáveres en la orilla avalaban la detención de un Raúl que, cuando llegó la policía afirmó, y más tarde, en la celda mantuvo, que se trataba de un error y que sólo hacía fotografías.
Más de media docena de cadáveres en un apartamento del barrio Este apuntaban a una Sofía sentada en un sillón como culpable de su transmutación en arte pictórico primitivo. Ya con las esposas, en el coche patrulla y en comisaría declaró que su único delito era bailar.
Más de media docena de cadáveres creyó contabilizar la policía una vez que consiguieron reducir a Tomás y a su motosierra en las calles cercanas a su domicilio. Las únicas palabras que dijo al ser encarcelado fueron para señalar que sólo había ido a dar un paseo.
A Manuel lo detuvieron en uno de los bancos que rodeaban el lago mientras alimentaba a los patos del parque y a alguna que otra paloma. Manuel tenía noventa años, Alzheimer y siempre aparecía, con migas para los patos y un periódico abierto en las páginas locales, a la mañana siguiente de que algún suceso trastornase la vida de la ciudad.
-No sé nada –decía.
En la celda nadie se atrevió a mirarlo fijamente, pero todos recordaron haber visto su cara en el cuarto oscuro de su subconsciente.
Más de media docena de cadáveres en un apartamento del barrio Este apuntaban a una Sofía sentada en un sillón como culpable de su transmutación en arte pictórico primitivo. Ya con las esposas, en el coche patrulla y en comisaría declaró que su único delito era bailar.
Más de media docena de cadáveres creyó contabilizar la policía una vez que consiguieron reducir a Tomás y a su motosierra en las calles cercanas a su domicilio. Las únicas palabras que dijo al ser encarcelado fueron para señalar que sólo había ido a dar un paseo.
A Manuel lo detuvieron en uno de los bancos que rodeaban el lago mientras alimentaba a los patos del parque y a alguna que otra paloma. Manuel tenía noventa años, Alzheimer y siempre aparecía, con migas para los patos y un periódico abierto en las páginas locales, a la mañana siguiente de que algún suceso trastornase la vida de la ciudad.
-No sé nada –decía.
En la celda nadie se atrevió a mirarlo fijamente, pero todos recordaron haber visto su cara en el cuarto oscuro de su subconsciente.
2 comentarios:
A menudo deberíamos tener más miedo de nosotros mismos sí. El subconsciente puede jugar malas pasadas. Un abrazo.
Quizá, más que miedo, estar más pendientes de lo que influye en nuestro subconsciente y de lo que cada se cocina en él :)
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