Deja, pequeña, que te cuente su historia. Déjame bucear en el tiempo y rescatar su recuerdo, pues estoy seguro de que no era tan bueno como ahora dicen, ni tan malo como lo quisieron ver entonces.
Has de saber que era uno de esos anacoretas que entre realidad y locura vivía encaramado cual simio en la rama más alta de un roble centenario, mientras tejía y destejía sus artimañas agitando una varita, que muchos llamaban mágica, en el aire. Siempre encontraba alimento, siempre encontraba abrigo y las pocas veces que bajaba al pueblo, siempre justo cuando alguien mentaba su nombre –incluso en el más liviano susurro- aparecía sonriente y con buen aspecto, como por casualidad.
Todos vimos cuando de la noche a la mañana se convirtió en el hombre más importante de la comarca al detenerse frente al Ayuntamiento en uno de sus paseos, y pedir algo, no recuerdo qué, a voz en grito. Amenazó con que de no cumplirse haría aparecer una manada de elefantes.
Muchos se rieron. Otros, más taciturnos, le creyeron y corrieron a sus casas, a tiempo de cerrar sus puertas cuando, barritando, el primer elefante entraba en la plaza. No hubo que esperar más de un minuto para que el alcalde accediese a sus reivindicaciones a cambio de que hiciese desparecer al elefante.
-¡Sea!
Y el elefante cayó fulminado.
Después nos enteramos por los periódicos que el animal pertenecía a un circo que había soltado al elefante en cuanto presintieron que estaba al borde el infarto: los mismos que habían reído hablaban ahora de la coincidencia entre la liberación y amenazas del que ya una parte del pueblo –razonando que la magia supone dominar la casualidad- llamaba “el deseador”. El resto, un creciente resto, asumimos como proféticas sus palabras y como destino sus deseos.
Has de saber que era uno de esos anacoretas que entre realidad y locura vivía encaramado cual simio en la rama más alta de un roble centenario, mientras tejía y destejía sus artimañas agitando una varita, que muchos llamaban mágica, en el aire. Siempre encontraba alimento, siempre encontraba abrigo y las pocas veces que bajaba al pueblo, siempre justo cuando alguien mentaba su nombre –incluso en el más liviano susurro- aparecía sonriente y con buen aspecto, como por casualidad.
Todos vimos cuando de la noche a la mañana se convirtió en el hombre más importante de la comarca al detenerse frente al Ayuntamiento en uno de sus paseos, y pedir algo, no recuerdo qué, a voz en grito. Amenazó con que de no cumplirse haría aparecer una manada de elefantes.
Muchos se rieron. Otros, más taciturnos, le creyeron y corrieron a sus casas, a tiempo de cerrar sus puertas cuando, barritando, el primer elefante entraba en la plaza. No hubo que esperar más de un minuto para que el alcalde accediese a sus reivindicaciones a cambio de que hiciese desparecer al elefante.
-¡Sea!
Y el elefante cayó fulminado.
Después nos enteramos por los periódicos que el animal pertenecía a un circo que había soltado al elefante en cuanto presintieron que estaba al borde el infarto: los mismos que habían reído hablaban ahora de la coincidencia entre la liberación y amenazas del que ya una parte del pueblo –razonando que la magia supone dominar la casualidad- llamaba “el deseador”. El resto, un creciente resto, asumimos como proféticas sus palabras y como destino sus deseos.
5 comentarios:
Me encanta el primer párrafo.
Por cierto, felicidades!
Muchas gracias :)
Buenísimo Metal el relato, que sea un circo lo que contenga la solución para arreglar este idem es una maravillosa paradoja, no digo que llenemos las plazas de elefantes pero si que conviene recordar a la clase que reina en sus atalayas que el poder o magia reside allá abajo, que tan solo hay que creer en ella.
Y quien sabe, igual acceden a todas las reivindicaciones para un mundo mejor :)
Buen finde quillo!
Uy, que pena que el elefante se muriera, jeje.
Muy bueno, coincido con Rebe en que el primer párrafo es magnífico; el resto, por supuesto, también, lo que pasa es que no siempre es posible hallar una apertura tan redonda.
Saludos.
Gracias, Carlos. El relato no tiraba por el lado de la política, aunque veo que también se puede hacer esa lectura. Siguiendo el símil que haces: parece que nos tienen bien domaditos.
Gabriel, la alusión al elefante no apunta hacia tu blog, eh? :)
Me alegra que esté gustando el primer párrafo: tenía claro lo que quería decir, más o menos desde el principio pero el cómo decirlo me requirió más vueltas.
Un saludo.
Publicar un comentario