miércoles, 4 de julio de 2012

Explorando horizontes (3 de 3)

Capítulos anteriores: I y II

Búfalos y dromedarios lo llevaron hacia las tierras donde ya se confundían las lindes de Asia con las de Europa. También tomó barcos y trenes hasta llegar a su destino.

Nada más concreto y confiable que la piedra, en ella está la clave, pensaba Pierre, que cada noche seguía tocando a Dios con sus dedos oníricos y en cada amanecer se le escapaba entre el pincel y el lienzo. Nada como Florencia. Algún Buonarroti quedaría por aquellos lares -sino allí, en Caprese- cuyos recuerdos familiares lo iluminasen y le abriesen la puerta al mundo del que su ancestro Miguel Ángel entraba y salía con la misma facilidad que pintaba los cuadros y tallaba estatuas.

Caminó por las calles, preguntó a los paseantes y también en las tiendas. Encontró el taller casi a las afueras de la ciudad, con un letrero que rezaba un simple “Scuola Buonarroti”. Y entró.

Los alumnos, de mandilón cubierto de polvo o pintura, según su ocupación, apenas le dirigieron una mirada. El único que le prestó algo de atención fue un barbudo señor que cincelaba un bloque de piedra. Mármol, seguramente.

-¿Es usted el maestro Buonarroti?

-El mismo.

Pierre le contó sus sueños, le mostró sus lienzos y, con interés, el Buonarroti del siglo XIX, asentía comprensivo. Lo miró con cierta preocupación cuando le razonó sus pretensiones “y si, inspirados por Él, podemos expresarlo de diferentes formas artísticas…también habrá una forma de convertir nuestras obras en Dios, de invocarlo, ¿no?...alguna piedra filosofal que haga trascender el arte hasta el Más Allá moldeando a Dios según nuestros deseos…”

Buonarroti alcanzó una de las piedras que habían caído al suelo al golpear el bloque con el cincel.

-¿Te refieres a una piedra como esta?

-Si es mágica, sí.

-Muchacho, ésto es lo que buscas. Coge tu pincel y da tres pasos atrás.

Pierre, obediente, retrocedió unos pasos. Los alumnos observaban de reojo. Buonarroti inclinó su brazo derecho hacia atrás, tomando impulso, y a continuación, con fuerza, lanzó la piedra a la frente de Pierre que, conmocionado, cayó al suelo. Avanzó hacia Pierre, se inclinó sobre él y en su oído, con la voz hecha un susurro, le dijo “Cuando estés junto a Él, píntalo a tu antojo. Luego me cuentas”



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