martes, 16 de octubre de 2012

JOTT


Al principio no le prestó más atención que la que se le presta al vecino cuando en el ascensor habla del tiempo, o de su gato, que pobrecito, se ha tragado una bola de pelo y ahora tose. Le prestó la atención que se le presta a las cosas que los oídos oyen sin escuchar, los ojos miran sin ver y las lenguas chupan sin saborear. A fin de cuentas, salvo que seas Frankenstein, el agujero que deja un tornillo al caer no es para echarse las manos a la cabeza.

Lo curioso de este tornillo que decíamos  que se había caído, sin tener más pruebas para corroborarlo que el agujero de su ausencia, es que no sabemos su destino; además, fue el primero de una larga lista de lo que los ingleses llaman JOTT y que podemos traducir como “una de esas cosas”, interpretar misteriosamente como desapariciones extrañas o más prosaicamente como “he perdido tal o cual cosa”.

Dicho tornillo, antes de desaparecer, estaba incrustado en una puerta. Como Inés, dueña del tornillo, de la puerta y de la casa,  tenía más tornillos y más puertas –aunque sólo una casa- continuó su vida con normalidad tras la desaparición. Incluso cuando, uno a uno, el resto de tornillos se fueron camino del lugar al que van las víctimas de los JOTTS, Inés, imperceptiblemente intranquila, mantenía la sonrisa, la educación y la atención fingida cuando el vecino le comentaba que, fíjate tú, el gato además de pelo, había tragado una esponja y claro, estaba preocupado, porque al beber se hinchaba y al dormir parecía deshacerse en un charco de agua.

Llegó un momento en que la situación se le hizo demasiado grande como para ignorarla. Grande, no el sentido de presencia vs. no-presencia, puesto que la no-presencia ocupa menos espacio que la presencia y por tanto no puede ser grande o mayor que la situación de presencia anterior, sino en el sentido de la aleta que crece, emergiendo centímetro a centímetro del agua, y que no puedes ignorar salvo que quieras encontrarte con el tiburón bajo la aleta.

Fue entonces cuando decidió acudir a la policía…que reaccionó con risas cuando les contó que uno tras otro, le habían desaparecido los tornillos y a continuación la puerta. Decepcionada con los que en las películas americanas prometen servir y proteger, regresó a su casa mientras pensaba que podría reponer tornillos y puerta, pero el mal ya estaba hecho y, el misterio o la amenaza, en el aire.

Al llegar a su edificio se dio cuenta de que en el portal faltaban también los escalones y el ascensor. Llamó a los bomberos, les explicó su situación y les pidió ayuda para que la aupasen al piso con una escalera. También la ignoraron.

Afortunadamente, las clases de alpinismo le fueron de provecho y alcanzó la vivienda. No sin antes sorprender al gato del vecino devorando con regocijo misterioso y felino el buzón con su nombre, INÉS, haciendo desaparecer así un trozo más de su realidad.





2 comentarios:

Ángeles dijo...

¿Y se puede producir un Jott en el que desaparezca el gato?

"...la no-presencia ocupa menos espacio que la presencia y por tanto no puede ser grande o mayor que la situación de presencia anterior..."
¿Locke? ¿Hobbes? ¿Milton? ¿? ;-)

Metalsaurio dijo...

Un Jott en el que desaparezca un gato cualquiera, sí, pero me temo con el gato de esta historia resulta más difícil, ¡jeje!

"...la no-presencia ocupa menos espacio que la presencia y por tanto no puede ser grande o mayor que la situación de presencia anterior...": influencias de las hilarantes dualidades que narra Terry Pratchett...y fruto de mis divagaciones también, claro, ¡jaja!