La charca cucudrúlica desprendía,
desde su fondo luminoso y azul, un vapor poco habitual que hacía más misteriosamente
acogedora, si cabe, la atmósfera del jardín cucudrúlico. Los cucudrulos,
cucudrulas y cucudrules nadaban ajenos a las luminiscencias azules del fondo y a
la vegetación salvaje que, como nada noche, se iluminaba con la fotosíntesis.
El Metalsaurio, sobre una roca,
miraba la charca y comía ruidosamente de una bolsa de patatas fritas. De cuando
en cuando lanzaba una al centro de la laguna y, siempre, antes de tocar la
superficie algún cucudrulo, cucudrula o cucudrule la atrapaba al vuelo. ¡CHAS! Sonaban
las mandíbulas al cerrarse sobre la patata. ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! Sonaban también las mandíbulas de los que no
habían conseguido atrapar la patata. Finalmente, el Metalsaurio se comió también
la bolsa ya sin patatas, y se lanzó, desnudo pero lleno de migas, a la charca.
Los cucudrulos, cucudrulas y
cucudrules se le acercaban tanto que podía tocar sus pieles ásperas y duras.
Animalitos. No podía entender cómo los humanos preferían nadar entre delfines. Puede
que la explicación estuviese en que les pesaba demasiado el instinto de
conservación y que lo de la vida eterna estuviese por probar. Sin embargo, al
Metalsaurio, que se movía entre la realidad y la ficción cual acróbata suicida sobre
la cuerda, eso no le afectaba. Los humanos mueren, la imaginación muere y
resucita. De los que, como él, están en la frontera, nadie ha dicho nada.
Se sumergió. Buceó con fuerza
abriéndose paso entre las aguas, hacia el fondo. El resplandor azul podía ser
cualquier cosa, seguramente un alga con ganas de llamar la atención con luces y
vapores. Descartaba que los humanos estuviesen detrás del asunto. No sabían cómo
llegar a la laguna y, en el caso de llegar, los cucudrulos, cucudrulas y
cucudrules ya se los habrían comido, cual patatas fritas. ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS!
La charca parecía no tener fondo. Nunca se había propuesto llegar al final, pero ahora que lo
intentaba, al girar la cabeza para mirar a la superficie, los cucudrulos,
cucudrulas y cucudrules se veían como ínfimas marionetas bailando armónicamente.
Y nadó un poco más, hasta que sus pulmones jurásicos le dijeron que hasta ahí
podían llegar, hasta que ante sus ojos jurásicos se hizo evidente la fuente de
luz de lo que parecía ser el fondo de la laguna.
Continuará.
3 comentarios:
Sabía que a los cucudrulos en general les gustan las patatas fritas, porque es algo de dominio público. Pero jamás hubiera imaginado que le gustasen a un Metalsaurio...
Me encanta el estilo fantasioso-divertido-filosófico-poético con que escribes tus historias :-)
Muchas gracias, Ángeles.
Disculpa la tardanza al responder el comentario. Contaba con actualizar antes el blog, y de paso contestarte...pero como veo que me estoy demorando más de la cuenta, te respondo ya, jeje!
El estilo procuro cuidarlo y darle forma hasta quedar contento con el resultado. Me alegro de que te guste.
Un saludo y, como siempre, gracias por pasarte por aquí.
My pleasure.
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