Hipólito es espía jubilado,
profundamente anciano y al borde la muerte. Sabe más secretos de Estado que
nadie. Antiguos y modernos. Algunos se
los contaron y otros los vivió. Es capaz de interpretar mensajes que otros ni
siquiera saben que existen. De ahí que haya vivido tanto, siempre tan informado
y listo para reaccionar o tomar la iniciativa.
Hipólito es consciente de su
estado físico. Su rutina hospitalaria lo lleva de la cama al sofá y viceversa. Con
alguna visita al baño y algún paseo por su planta. Se encuentra físicamente
débil y, sin gustarle el asunto, reconoce que le falla la memoria.
Menos le gusta reconocer que si
ahora encuentra solo es porque se alejó de su familia para mantenerlos a salvo.
Objetivo cumplido, pero se encuentra solo. Hipólito el espía está viejo, solo y
amenazado.
No desconfía de los médicos ni de
la medicación que le suministran diariamente, sino de algunas caras nuevas que
a veces circulan por los pasillos y se fijan demasiado en él. Hay noticias en
la televisión y en los periódicos que le preocupan. El contenido aparente de
las mismas es lo de menos, el significado oculto es el que le preocupa. Algún
excompañero le advierte que lo buscan con aviesas intenciones. No recuerda
quién puede ser el benefactor. Tampoco quién lo querrá matar. Hay tantos
candidatos y tantos motivos que no puede completar la lista.
Hipólito tiene preparada una pistola
en el armario. Para el paseo de hoy la ha cogido. Con una mano empuja el
andador y con la otra sostiene la pistola. Curiosamente, no hay nadie por los
pasillos. Trata de recordar qué razón pueden tener para matarlo cuando ya va a
morirse. ¿Códigos nucleares, golpes de Estado? Piensa también porqué no hay
nadie en la planta. Un chispazo de lucidez asalta su cerebro. ¡Cuarentena! ¡Lo
iban a aislar y poner su planta en cuarentena!
Se acerca a la ventana. Imposible
de abrir. Mira al exterior. Hay varios vehículos militares. Serán ellos quienes
dirigen la cuarentena. La frágil memoria de Hipólito no recuerda qué motivo
pueden tener para querer matarlo tan cerca del final. Por el rabillo del ojo ve
parpadear la luz del ascensor. Se da la vuelta y apunta. Sabe que no saldrá de
esta, pero no se va a dejar matar así como así. La luz del ascensor se para. En
su planta. La puerta se abre y muestra a varios militares. Hipólito dispara,
sin fijarse en que no van armados, sino con instrumentos de música ni en que
las puertas de las habitaciones se abren y le gritan “sorpresa”. Vuelve a
disparar. Cae uno de los militares antes de que Hipólito vuelva en sí y deje de
disparar.
Los músicos salen del ascensor y
empiezan a tocar. El militar caído, se levanta y el canta cumpleaños feliz. Hipólito
está incrédulo. Mira su pistola y advierte que es de petardos. ¿Tan mayor
estoy?, piensa. La dejar caer. Se sienta en un sofá y llora mientras terminan
de cantarle. Es su cumpleaños y los cuerpos de espionaje se han acordado de él.
Se siente morir de vergüenza. ¿Querían felicitarlo o matarlo? Se siente morir...con
la duda, Hipólito el espía que tanto sabía, se apaga.
4 comentarios:
"Profundamente anciano", me encanta.
Y también me encanta la imagen del viejo espía sosteniendo el andador con una mano y la pistola con la otra.
Y los espías armando fiesta...
Resulta todo tan encantadoramente incongruente que da risa y conmueve al mismo tiempo.
Un pequeño logro literario, me parece.
Muchas gracias, Ángeles. Yo también he quedado contento con el resultado...supongo que Hipólito, no tanto.
Un saludo.
Admirable. Esa sensación impactante que sufre el viejo espía, el viejo profesional, el viejo en suma, al comprobar que todo se le ha ido de las manos y que la realidad ya no está bajo su control debe de ser aplastante. Lo de menos es la profesión, por supuesto.
Muchas gracias, Rick y bienvenido! La pérdida de facultades y ser consciente de eso, duele. A Hipólito especialmente :)
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