miércoles, 24 de octubre de 2007

La Rana Güey

Una nube de gritos de horror o espanto, si es que se puede distinguir entre estos dos tipos de gritos, anunciaba el paso de la Rana Güey. Y si sólo por el hecho de que una rana fuese fea sus vecinos tuviesen derecho a gritar, entonces, estos gritos estarían plenamente justificados; pero el caso es que sus vecinos lo componían una manada –por llamarle algo- de seres extraños y peludos que se entretenían repitiendo una vez tras otra: “arriba, abajo, derecha, izquierda”. Eso, claro, cuando no pasaba la Rana Güey, ya que entonces gritaban de horror o espanto, según se mire, y escapaban.

Su piel era negra con manchurrones amarillos, como si le hubiesen tirado un cubo de pintura amarillo desde arriba (que no abajo, ni derecha, ni izquierda), y tenía los ojos especialmente saltones. De hecho, si no fuese porque era hermano de la Rana Gustavo, todos hubiesen dicho que era salamandra.

Junto a su hermano, la Rana Gustavo, eran las dos únicas ranas del barrio. Nadie sabía cómo habían llegado y nadie se atrevía a preguntarlo. Quizás porque tampoco los monstruos peludos tenían respuestas acerca de su propio origen.

El caso es que la Rana Güey se encaminaba a visitar su hermano verde. Como siempre, olía a café recién hecho y sonaba Frank Sinatra en el tocadiscos. Nada comparable a los Maiden, claro, pero tenía su encanto.

-¿Qué te cuentas, Güey? –dijo Gustavo acomodándose en su sofá de grandes cuadros rojos y grises.

-…que estoy harto de los gritos, joder. Hasta los cojones.

- Las ranas no tenemos cojones…

- No los tendrás tú –dijo Güey, mientras se agarraba el paquete. En ese momento fue consciente de por qué a su hermano sí lo habían elegido para presentar el Gran Hermano del barrio que diariamente emitían a todo el planeta.

Gustavo agachó la cabeza mientras la movía desaprobadoramente. Güey no pudo evitar ver el título universitario de su hermano, colgado en la pared, junto a las fotos de los premios que anualmente recibía. Y allá, en un extremo, la foto de cuando aún eran pequeños -agarrados por el hombro- y las cosas eran sencillas.

-Cambio de vida, Gus. Kron proveerá.

Se levantó para cambiar de disco. Sonrió al ver que su hermano todavía conservaba el vinilo que le había regalado tiempo atrás. Lo puso, y sonó “Queen of New Orleans”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ai faquin laik it, men. Te envío una del tren chuz, chuzo.

El joven las estaba pasando canutas. La comida en su restaurante preferido había sido copiosa y rica en grasas como siempre. Después le hubiera encantado tomarse un pacharán e irse a disfrutar gozoso de un merecido descanso postmanduca, pero sus obligaciones como oficinista de pro se lo impidieron. Así que en esas estaba, con la tripa hinchada y las manos sudando aceite cuando, impulsivamente, se levantó de su asiento y gritó ante la mirada perpleja de sus compañeros y jefe del trabajo:
¡A CALLAR! ¡A CALLAR! ¡QUÉ MI CULO VA A TRONAR!
Y expulsó de su ano un huracán glorioso que silencio todos los confines de la Tierra.
Acto seguido, se volvió a sentar, como si nada hubiera pasado, en paz con la ley natural.

Metalsaurio dijo...

jajaja!

Te tiraste un pedo en el curro??

jaja!

Nuestros amigos los pedos...ay...siempre tan graciosos :)

Anónimo dijo...

Me suelo tirar alguno a lo largo del día, pero les pongo silenciador... aunque molaría algún día hacer lo de la historia.