lunes, 24 de marzo de 2008

Swedenssen, leñador sueco II

Con sus luces, sus voces y, en general, con su alboroto, la taberna podría ser la cabeza de cualquier tarado…o también un ser vivo que en cualquier momento se irguiese, levantando sus faldas, de camino al lugar al que van a dormir las tabernas cuando tienen sueño. Estas cosas pensaba Swedenssen, cuando, al salir de la taberna se dirigió a la oscuridad de la noche a evacuar. Tuvo todo el cuidado que puede tener un leñador sueco con unas cuentas cervezas de fiesta por corazón y vejiga para que el mesonero –el bueno de Kakaderrenunssen-no se diese cuenta de que salía. Decían que entre sus costumbres estaba la de servir cerveza tibia de dudosa procedencia.

Se internó en el bosque. Hacía frío y caía algún copo de nieve, que aterrizaba suavemente sobre su cabellera y barba. Su pene, al aire, como de costumbre, ni se inmutaba. Dirigió sus pasos hacia un lugar un claro en el que gustaba de mear. Allí habría la oscuridad suficiente como para que nadie lo viese –aunque era un pueblo orgulloso de mostrar su sexo en la vida diaria, era también pudoroso a la hora de derramar lo que llamaban las Lágrimas de Odín- y aún así, no perder de vista la taberna de Kakaderrenunssen. Saltó el último tronco que guardaba el claro, y, por fin se vió libre.

Con los brazos en jarras y mirando al sol -para Swedenssen y los demás, la luna no era más que el sol en pijama- derramó las humeantes Lágrimas de Odín.

-Oufff

Una parábola perfecta. Eso fue lo que pensó un ciervo que se acercó al claro. Perfecta. Disimulando sus pensamientos y sin fijar la vista en Swedenssen, miró de un lado a otro, como buscando algo de comida.

-Ciervo, ciervo – Swedenssen manoteó en el aire para llamar su atención- Ciervo, ciervo. Ciervo, éste es un lugar con mucha historia, ¿sabías? Sí…mucha historia – Swedenssen miró de nuevo al sol. Al ciervo, no lo quedó más remedio que mirar a Swedenssen-…hará ya unos años… –las últimas gotas de orín cayeron a la nieve “chof, chof, chof”, derritiéndola, “fshhhhhh”- estaba yo trabajando en el claro…soy leñador…y bueno, presencié el combate más atroz que los siglos han visto y verán. Sí, yo –golpeó su pecho al tiempo que hacía bambolear su pene para que le diese la razón-, Swedenssen. Pues la cosa es que estaba yo trabajando, más o menos, por ahí, por donde estás tú, chaca, chaca, cortando troncos, chaca, chaca –no podía evitar hacer como si en realidad tuviese un hacha entre sus manos- cuando a lo lejos escuché la voz de Strönenwaild, que, por aquel entonces, guardaba el puente de la entrada al pueblo…vale, no me mires así…a nadie le caía bien del todo…tan tapadito…pero había matado al anterior guardián y la verdad es que no cobraba demasiado…bueno, que oí su voz: “¡Alto extranjero!” –Swedenssen cogió un palo y lo alzó en el aire- “¡Vuelve tus pasos!” Y una voz que sonaba más oscura que le cueva de un oso…no, no es así, eso viene más tarde…mmm…¿cómo era? Ah, sí, ya sé. Al principio no le respondió, ¿sabes? Pero no hizo parar su caballo y embistió a Strönenwaild. Al caballo le estalló la cabeza y rompieron sus patas…lo oí yo desde aquí…-el ciervo lo miró con cara de no creerse nada- “¡Vuelve tus pasos, extranjero, si no quieres acabar como tu caballo!” Fue entonces cuando el extranjero respondió “extranjero soy, sí. Matamuchos, me llaman; más no volveré mis pasos” y un golpe seco, un puñetazo, como el de un martillo que le causa dolor de tripas a las rocas, sobrevino sobre el pecho desnudo de Strönenwaild que atravesó varios árboles del golpe –con su índice derecho señaló el trayecto que había descrito Strönenwaild antes de caer al suelo-. ¡Por Kron, fue brutal!. Hasta sentí algo de pena. “Al infierno, matamierda” gritó Strönenwaild, desenvainando su espada ávida de sangre –Swedenssen volvía a trazar círculos en el aire con su palo-. Y yo me escondí detrás de un árbol porque cuando Strönenwaild se enfadaba sólo había muerte. Pero sus espadas chocaron, una y otra vez…saltaban chispas que iluminaban varios metros a su alrededor y que llegaban al claro. A punto estuvieron de causar un incendio…“En el Averno ya he estado…y muchos lloraron mi presencia”, le dijo el que se hacía llamar el Matamuchos…y el cielo se ennegreció…después un rayo cayó sobre sus espadas que se tornaron azules y…

-Swedenssen, vuelve a la taberna, anda…-la voz de Nordikka sonaba preocupada mientras se aproximaba al claro. El ciervo, agradecido por la intervención de la Sacerdotisa, escapó.

-¡Eh, eh, ciervo! ¡Eh!

-¡Swedenssen, que Kakaderrenunssen invita a cerveza tibia!

-¡Voy!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El Sol es la Luna en pijama: buenísimo.

Un abrazooooorrrrr

Metalsaurio dijo...

pura mitología sueca ;)