Un silencio incómodo –silencio de ascensor- reinaba en uno de los pocos edificios con ascensor de la parte vieja de una ciudad costera, y en sus diminutas dimensiones ponía cara a cara a dos vecinos que de no ser allí, no se hablarían en la vida. Cualquiera que no los conociese podría decir que eran dos hermanos que al caer la noche volvían juntos a casa, y si ese cualquiera forzase la imaginación diría que él –melena oscura, gafas de espejo, chaleco y pantalones vaqueros- venía de buscar a su hermana pequeña –morena también, uniforme colegial con escudo inglés bordado y un libro de grandes dimensiones entre los brazos- de la biblioteca, y, sin embargo, se equivocaría, porque la única relación que había entre ellos era que el dormitorio de ella estaba justo debajo del de él.
-Mi padre dice que eres un maleante, pero no le creo.
-Vaya. Gracias –trató de componer una sonrisa. Su vista cayó de la cara de la chica al escudo de su colegio, estratégicamente bordado sobre el prominente pecho izquierdo. Ella se dio cuenta.
-¿Sabes? Creo que eres muy guapo –ahora le tocaba sonreír pícaramente a ella, dejando entrever su dientes blancos.
-Niña… ¿cuántos años tienes? No, mejor… ¿eres mayor de edad?
-Me falta poco… pero ya se la he chupado varias veces a mi novio y, mira –abrió el libro, un kamasutra ilustrado, por el principio y señalando orgullosa las primeras fotografías- ya dominamos…
En ese momento se abrieron las puertas del ascensor y en la mortecina luz del descanso apareció un señor orondo –gorda su cara, gordas sus orejas, su nariz y el bigote bajo su nariz. Gordos también sus dedos- notablemente enfadado que parecía acercarse desde la ventana. Comenzaba a rugir, cuando la voz de la pequeña lo interrumpió.
-Hola papá. Se me ha hecho tarde en la biblioteca –salió del ascensor, camuflando de nuevo la portada del libro entre sus brazos y volviéndose para guiñarle el ojo a su compañero de ascensor.
Los gruñidos del hombre-grasa se apagaron al cerrarse la puerta del ascensor. El del pelo fregona se recostó contra el espejo durante el poco tiempo que tardó en subir un piso, para luego, al salir, dejar escapara un suspiro. A tientas, en la oscuridad, buscó el interruptor, sin encontrarlo. Rió por lo bajo –su torpeza, cuando el alcohol en sangre le permitía verse en tercera persona, le producía gracia- y, también a tientas, llegó a su casa.
“Hay que joderse” pensó, Jabo, mientras la calavera que usaba a modo de cenicero, descansaba sobre la mesilla de noche y no apartaba sus cuencas vacías de él. Se asomó a la ventana para olvidar el olor a tabaco y alcohol que lo impregnaban siempre que a la salida del trabajo le daba por pensar demasiado. “Quizá sea cierto lo que decían en el bar” pensó “Quizá, si digo tres veces el nombre de la tía a la que quiero, a medianoche y con una balada de X-Japan de fondo, se aparecerá ante mí”…una, dos…y una ráfaga de viento le robó las gafas, lanzándolas a la noche.
-¡Joder, joder, joooder!.
Y fue así, que Jabo, el Jevo, decidió tumbarse en cama, y masturbarse con la primera imagen que le viniese a la mente, que no fue otra que la de un escudo colegial bordado en un jersey.
-Mi padre dice que eres un maleante, pero no le creo.
-Vaya. Gracias –trató de componer una sonrisa. Su vista cayó de la cara de la chica al escudo de su colegio, estratégicamente bordado sobre el prominente pecho izquierdo. Ella se dio cuenta.
-¿Sabes? Creo que eres muy guapo –ahora le tocaba sonreír pícaramente a ella, dejando entrever su dientes blancos.
-Niña… ¿cuántos años tienes? No, mejor… ¿eres mayor de edad?
-Me falta poco… pero ya se la he chupado varias veces a mi novio y, mira –abrió el libro, un kamasutra ilustrado, por el principio y señalando orgullosa las primeras fotografías- ya dominamos…
En ese momento se abrieron las puertas del ascensor y en la mortecina luz del descanso apareció un señor orondo –gorda su cara, gordas sus orejas, su nariz y el bigote bajo su nariz. Gordos también sus dedos- notablemente enfadado que parecía acercarse desde la ventana. Comenzaba a rugir, cuando la voz de la pequeña lo interrumpió.
-Hola papá. Se me ha hecho tarde en la biblioteca –salió del ascensor, camuflando de nuevo la portada del libro entre sus brazos y volviéndose para guiñarle el ojo a su compañero de ascensor.
Los gruñidos del hombre-grasa se apagaron al cerrarse la puerta del ascensor. El del pelo fregona se recostó contra el espejo durante el poco tiempo que tardó en subir un piso, para luego, al salir, dejar escapara un suspiro. A tientas, en la oscuridad, buscó el interruptor, sin encontrarlo. Rió por lo bajo –su torpeza, cuando el alcohol en sangre le permitía verse en tercera persona, le producía gracia- y, también a tientas, llegó a su casa.
“Hay que joderse” pensó, Jabo, mientras la calavera que usaba a modo de cenicero, descansaba sobre la mesilla de noche y no apartaba sus cuencas vacías de él. Se asomó a la ventana para olvidar el olor a tabaco y alcohol que lo impregnaban siempre que a la salida del trabajo le daba por pensar demasiado. “Quizá sea cierto lo que decían en el bar” pensó “Quizá, si digo tres veces el nombre de la tía a la que quiero, a medianoche y con una balada de X-Japan de fondo, se aparecerá ante mí”…una, dos…y una ráfaga de viento le robó las gafas, lanzándolas a la noche.
-¡Joder, joder, joooder!.
Y fue así, que Jabo, el Jevo, decidió tumbarse en cama, y masturbarse con la primera imagen que le viniese a la mente, que no fue otra que la de un escudo colegial bordado en un jersey.
2 comentarios:
muy chula la historia... estaba claro que iba a acabar en una paja, pero muy chula de cualquier modo... qué tía más cachonda!!!
me alegro de que te haya gustado...pero tan claro estaba que iba a acabar en paja? jaja! (en un "no aparques" como dicen algunos)...pos...piensa que si realmente apareciese una tia por decir tres veces su nombre a medianoche mientras escuhas x-japan, dirías que no tiene sentido ninguno ;)
(yo sólo se contar hasta 1, y no he podido probar; pero conozco a gente que sí que sabe y dice que da resultado)
Publicar un comentario