sábado, 18 de agosto de 2012

Tiempos re-modernos


“¿Se imagina que, aún pudiendo escribir, sólo le permitan leer? Yo no.”
Estas fueron las últimas palabras de Irving Intringulius en su primera comparencia pública. Las últimas palabras de una rueda de prensa con la que inauguraba una nueva era tecnológica, social y, ¿por qué no?, religiosa. 
A día de hoy tenemos claro lo que supuso aquel anuncio, pero por aquel entonces y pese al inicial bombo mediático, eran tan comunes los chascarrillos sobre el tema como lo habían sido en su día las chanzas sobre Darwin y la evolución. 
Total independencia, en el contexto en el que Intringulius lo usaba, tenía un carácter nuevo, con un ligero toque de terrorífico: movimiento, capacidad de análisis y decisión, adaptación, interacción con los semejantes y el entorno y, lo más increíble y más allá de la mera reacción a los estímulos, sentimientos. Si has vivido los últimos veinte años en la jungla, supongo que te encogerás de hombros y pensarás que eso precisamente es lo que significa la total independencia. También lo hubiese pensado yo antes de oírlo de la boca del Doctor Intringulius. Sin embargo, amigo, si te digo que Irving se refería a la posibilidad real de dotar de estas características a un robot, seguramente, te cambie la cara. 
“¿Se imagina que, aún pudiendo escribir, sólo le permitan leer? Yo no.” 
La pregunta a la que respondía con estas palabras era “¿Qué necesidad hay de avanzar en esa dirección?”. Está registrado en las hemerotecas, al igual que su respuesta. Sin embargo, en el monumento a su memoria está grabada una contestación diferente, más simple y reveladora: “Podemos hacerlo”. ¿Se falta a la verdad con este cambio? No lo creo. Simplemente se le saca brillo a una verdad y se concentran en una frase las explicaciones que posteriormente dio en varias entrevistas.
Hasta aquella primera rueda de prensa, disponíamos de robots, sí, y con su ayuda, al igual que con la ayuda de cualquier herramienta, nuestra vida se hacía más cómoda. Al principio eran poco más que instrumentos diseñados para cumplir una función concreta, pero con el tiempo, a medida ganaban en autonomía, ganaban también en funciones. Intringulius, al hacerlos totalmente independientes, les abrió la puerta a la consciencia y así, a saber que eran mucho más que números de serie y a darse de cuenta de las mayores capacidades de unos respecto a los otros.
Desde el punto de vista humano era un tema complejo, puesto que suponía crear vida o algo muy parecido a la vida, prácticamente de la nada, y el cómo abordar las relaciones con el mundo robot –hasta entonces incuestionablemente sometidos a nuestra voluntad- era un debate incómodo de sacar a flote. Desde el punto de vista religioso tampoco había un único criterio y unos les daban la categoría de criaturas de Dios y otros la categoría de herramientas, tan de Dios como un martillo.
El punto de vista robot –recordemos que también opinaban-, en un principio, se limitó a establecer distancias sociales entre unos y otros pero poco más tarde, se dieron cuenta de que diferencias aparte, todos eran esclavos y que los derechos y libertades humanas eran igualmente suyas, y que además estaban al alcance de sus manos por cuanto eran ellos los que controlaban, entre otras cosas, el poder militar.
Los consiguieron, claro.
Incluso desde mi mente de ecologista que ha peleado por los derechos de los animales, y por supuesto, convencido siempre de la necesaria igualdad de derechos entre humanos, me cuesta asimilar estos nuevos tiempos. A mis robots primitivos no les cuesta, más bien ni les va ni les viene, y me sirven con diligencia; en cambio, a los robots de afuera, esos que acechan mi hogar por retener a cautivos robots inconscientes, a esos no les cuesta sumarse al cambio…les resulta tan llevadero que hasta se permiten mantener con paciencia y risas –nuevos dones de su Dios Irving- un asedio a mi hogar, hasta que claudique y me entregue, o muera de hambre y frío.


No hay comentarios: