viernes, 28 de septiembre de 2007

El amigo de Franky

Llevo horas en la misma posición. Espero algo que no sé lo qué es ni si es lo que quiero. Tampoco sé qué me ha llevado a esto. Puede que tenga que buscar un contenedor nuevo del que proveerme de comida o puede que esta vez me haya pasado con la dosis. Seguramente sean las dos cosas. Sí, seguramente. Sí. Por eso no me puedo mover del callejón que tan cálidamente me acoge entre…entre tanta mierda: botes vacíos, bolsas grises –un día blancas- electrodomésticos viejos, y allí enfrente Franky, que no está mucho mejor que yo.

Y ésta vez, como tantas otras, nada importa. Estoy bien… ¿estoy bien? Bueno, podría estar mejor…y también peor. Pero el caso es que vuelvo a pensar en ti…y ya no sé si estoy bien o no, no lo sé, no lo sé…recuerdo la última vez que viniste al callejón y me negué a volver a venderte ‘estas cosas no te convienen, nena’…siempre quise pensar que en realidad venías por mí, porque aunque conocías a varios camellos más, cruzabas toda la ciudad hasta aquí, justo hasta aquí; y desde ese día no has vuelto…y ahora, que eres una chica sana –la semana pasada pude verte por el centro de la ciudad mientras yo les vendía a unos pijitos en el parque-, que ya no te acercas al callejón, te echo de menos y pienso que no debía de haber sido yo, que no soy nadie, quién te dijese qué debes de comprar o qué no.

-¿Verdá, Franky?

-…Ñg...

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