jueves, 19 de abril de 2007

El gafapasta

-¡Eh, mira! ¡Un gafapasta!
-Niñatos...
El gafapasta, se sentía seguro detrás de su escudo de pasta. Estaba convencido de que la ordinariez se combate con una bufanda de rayas, siempre horizontales, violeta teletubie y negras; por si fuera poco, su pelo negro, que parecía recién chupado por una vaca, le confería cierto aire de distinción entre tanto mendrugo a los que no les importaba ser normales.
Debería darles vergüenza, pensaba el gafapasta, reírse de alguien que lleva un ejemplar del Ulises de James Joyce en la mano. Se sentía importante con él; incluso, cuando lo compró eligió el ejemplar con el título más grande. Que estuviese en inglés daba igual. No era que él supiese inglés, que no lo sabía, lo importante era el título bien grande (y si alguien se daba cuenta de que era la edición inglesa, aún mejor).
Miró a los que se había referido a él como gafapasta y trató de hacer pasar su rostro de la indiferencia al desprecio -ese gesto que ensayaba todas las noches delante un espejo ligeramente empañado por el vapor de un té sabor a fresa-. A continuación, se dio la vuelta, y se alejó escuchando en su mp3 al grupo de indie-pop australiano de moda.

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