Al caer la noche, el metalsaurio se percató de que las primeras estrellas comenzaban a brillar en el cielo formando, lo que, a partir de ese momento, llamaría constelaciones. Detuvo su paso y miró al cielo. Sí, eran bonitas; pero estaban lejos y no estaba la situación como para entretenerse con esas lucecillas.
Se hallaba en Valdemonio, y cada paso que daba lo acercaba más hacia su centro. Sus pisadas, impresas en cenizas volcánicas, le recordaban que el nombre del tristemente conocido valle no se debía la azar. En aquel valle, habitaban los demonios chuculú.
A pesar de que el tamaño del metalsaurio no era precisamente pequeño y su rugido, sin ser el más potente, no era débil, sintió miedo. Sintió tanto miedo que corrió entre las sombras, primero en cortas carreras de unos cuantos que culminaba con brutales rugidos mientras se golpeaba el pecho con como un gorila con sus patas delanteras, y más tarde, corrió describiendo círculos y figuras espirales.
Cuando se cansó de correr, entre confuso y cansado, se dio cuenta de que los aullidos de los demonios habían cesado. Levantó la vista y miró al horizonte; a todos los horizontes posibles en 360º y se dió cuenta, de que en todas direcciones, más allá de la oscuridad que caía a chorro sobre Valdemonio, había luz; si bien, sólo percibía la más próxima a suelo. Quizá habría que acercarse un poco más, para apreciarla en toda su magnitud. Puede, pensó, que también haya árboles.
1 comentario:
JÁ!, te pillé, no eres un metalsaurio de verdá! Porque si lo fueses no podrías correr en círculos, solo podrías describir amplias parabolas para no desequilibrarte por culpa del peso de la cabeza con respecto al tronco y a tus cuartos traseros… ya me imagino como acaba esa historia, pero esa amigo, es otra idem.
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