viernes, 17 de agosto de 2007

El Matamuchos

El sonoro ondear de la bandera recogida momentos antes en el campo de batalla era ya su única compañía. Los pájaros guardaban silencio, ni siquiera volaban; mudos se habían vuelto los lamentos de los guerreros que yacían en el suelo. Tan sólo el viento se atrevía a revolverse furioso contra la loma a la que se había encaramado el único superviviente de la batalla y agitaba con rabia la bandera, salpicando de sangre la cara del guerrero.

Miró una vez más el trozo de tela que había sido la enseña de algún noble, sus colores, sus orgullosos dragones. No los reconocía en absoluto. Y por un instante pensó que le daba igual. Que había ganado. Todos muertos, él vivo.

Había sido contratado como mercenario por el Rey. Oveja negra para su ejército y lobo para el enemigo. Su fama –Lancelot, pobre capullo, poco le había durado- y fuerza lo avalaban. Mercenario del Rey. Podría volver y cobrar la recompensa de ese Rey que no conocía, de ese Rey que se había quedado en su castillo, y sin embargo, ya no tenía ganas.

Volvió su espalda al campo de batalla y descendió del montículo. Un sonido los sacó de su ensimismamiento: algo, una sombra, se agitaba entre los árboles. Algo grande, oscuro. Grande como un metalsaurio; oscuro como un metalsaurio en la sombra.

Por fin salió al camino. El viento todavía soplaba fuerte y seguía estremeciendo la bandera, aún clavaba en la cima del montículo. En unas horas, el sol del atardecer, secaría la sangre que la empapaba.

- Estarás contento –dijo el Saurio.
- Por la guerra me pagan –respondió el guerrero, incapaz de desprenderse del lenguaje medieval que impregnaba su ser.
- Ya veo.
- Pareciome que dragones y monstruos estaban todos en el Más Allá, pues díles muerte a gran número de ellos.
- Vaya, ¿y me vas a matar a mí también que soy un metalsaurio?
- No, por ahora. Me complace saber que queda alguien vivo por estos bosques; y nadie ofrece recompensa por tu cabeza.
- Hubo quien creyó que mi cabeza era un trofeo, un regalo de amor, ya ves qué tontería, pero me lo he comido.
- Simpático dinosaurio…me alegro de conocerte.
- Ojala pudiera yo decir lo mismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién es el matamuchos? ¿a qué dedica su tiempo libre? ¿Acaso él ha podido lo que para el Metalsaurio ha sido imposible? ¿Se lleva a la princesa y, en vez de matar al dragón, le hunde con el robo de su amor en una terrible depresión? Respuestas quiero. Esta historieta guarda más de lo que parece. Te deja con sensación de intriga...

Metalsaurio dijo...

El matamuchos son varias personas...más que de amor, trata de las metas buscadas y alcanzadas sin haber llegado a plantearse si realmente interesaban (manipulados o convencidos -a veces, ni eso; sólo inercia-)o que, aún interesando, al final...qué más dan? ; de medios sucios utilizados para conseguir los objetivos; y de un metalsaurio que cuando puede campa a sus anchas por los bosques sáuricos...

Todo muy profundo ;)

Por cierto, hoy me he dado una vuelta por la Eurekaweb y he visto que teneis una canción llamada Farala...en cuanto pueda la descargo (con esta conexión es imposible) y me releo el post de "Baltasar y Farala".

Anónimo dijo...

Gracias por la aclaración.
La canción de Farala es muy suavecita y se la dedicamos al personaje del mismo nombre que un día, estando pedo en mi primer curro, y usando por primera vez esto de internet apareció en un mensaje que le escribí a un amigo. Qué tiempos aquellos... Después llegaron las historias de farala, que tengo que recuperar: qué tía más libre y hermosa era...